martes, 12 de junio de 2018

Fragmento de mi novela La Patiperra


Eva siempre creyó que cuando Augusto reapareciera en su vida sería de otra forma, más comprensiva, más tierna, no de la manera como se presentó, inmisericorde y carente de todo sentimiento, quería arrebatarle lo único bueno que le había dejado: sus hijas Victoria y Camila. Lo hacía sin el menor remordimiento, así de simple, quería llevárselas a la capital para que tuvieran una mejor educación. ¿Pero es que acaso yo no les he dado la mejor educación? ¿Quién era él, un hombre que las abandonó a su suerte, para juzgar qué era bueno y qué no para sus hijas? Bastantes sufrimientos le había dado como para permitirle llevárselas, unas niñas que les pertenecía por derecho solo a ella, por haber sido madre y padre al mismo tiempo, por haberse partido el lomo trabajando para que nunca les faltara nada y ahora venía él, con su cara de buena persona y sus ínfulas de hombre rico, a decirle que quería darles una mejor educación.  

-No creo que esta conversación tenga sentido, más vale que te marches y no vuelvas más- le dijo Eva con su corazón en vilo, desgarrado por el desamor, perdiendo la última de las esperanzas y con la certeza de que al cerrarle la puerta lo haría para siempre.



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