sábado, 25 de agosto de 2012

Experiencia repetida

Ya lo dije el año pasado, en mi travesía por el Mediterráneo conocí personas que habían hecho más de 10 cruceros y me dijeron sin temor a equivocarse que esto de viajar por el mar engancha. Yo no he sido la excepción y por segundo año consecutivo he escogido un crucero para pasar mis vacaciones. Esta vez hice un recorrido por el Mar Adriático tocando la costa oriental italiana y la costa Dálmata donde los nuevos países surgidos de la antigua Yugoslavia, ofrecen un paraíso natural e histórico al visitante. Cambié de compañía, esta vez no lo hice con el Princess (los precios eran más caros y las rutas que estaban a mi alcance no me atraían), sino con Celebrity, navegando en su barco Silhouette, el de más reciente construcción. Como buenos viajeros mi compañero de viajes y yo nos hemos acostumbrados a estar pendientes de las ofertas de viaje y Celebrity ofrecía una promoción muy tentadora, además de una ruta novedosa, por lo que no dudamos en darle el “Sí, quiero”, a nuestra agente de viaje (una amiga que trabaja en la agencia de viajes de El Corte Inglés y que siempre nos ha orientado a la hora de escoger los destinos). El viaje fue menos costoso que el del año pasado y el barco era más lujoso, aunque con algunas limitantes que no me gustaron como el hecho de tener solo dos piscinas o lo que no te cobraron con el pasaje, te lo cobraban dentro del barco y a precio de oro. Menos mal que este año nos la apañamos y decidimos cobijarnos hasta donde nos llegaba la sábana (nada de comprar ni una de las sopotocientas fotos que te toman cada vez que llegas a un puerto, ni comprar el pack de bebidas -nos limitamos a beber agua y zumo de naranja que eran gratis-, reducir a su mínima expresión la ingesta de helados y cafés y si el año pasado nos bebíamos un Coco Loco sentados a la orilla de la piscina cada vez que el barco partía de puerto, esta vez lo hicimos un par de veces solamente y fundamental, no comprar ninguna de las excursiones que eran carísimas y en su lugar conocer gente que compartiera contigo los gastos de taxi para hacer los recorridos y créanme que resultó porque a la hora de sacar cuentas gastamos la mitad de lo que se gastó el año pasado).

Nuevamente Venecia 

 El viaje lo iniciamos en Venecia, lo que me pareció estupendo porque el año pasado quedé prendado de esta ciudad y no me imaginaba que 365 días después volvería a pisarla. Como el barco hacía noche en Venecia no tuve necesidad de viajar un día antes como la vez anterior, sino encontré un vuelo que me llevara temprano a Venecia el día del embarque y así disfrutar toda una tarde y gran parte del día siguiente de la fabulosa ciudad italiana. Esta vez estuve visitando la isla donde está la iglesia de San Giorgio di Magliore (justo enfrente de la plaza San Marcos y es una de las fotos que siempre se hace desde lo alto del Campanario de la catedral) y me saqué la espina de montarme en una góndola para recorrer los canales venecianos. La verdad que todo es muy caro en Venecia, pero como el recorrido en góndola lo hicimos cuatro personas, el viaje salió a 20 euros por cabeza lo cual es un alivio para el bolsillo. No hay palabras que describan lo que disfruté ese momento, sentado en la góndola, navegando por los pequeños canales hasta llegar al Gran Canal, pasar por debajo del puente Rialto y de muchos otros a lo largo del recorrido y sentir la paz que te da el navegar, aunque sea en góndola. El sonido del agua golpeando los muros de las casas, el del los remos golpeando el agua, el rastro dejado en el camino por las otras góndolas y descubrir los secretos de una sociedad que pecó de sus excesos pero que mantuvo su doble moral, te sirve de bocanada fresca para estimular tus sentidos y tu imaginación. La única anécdota negativa es que mi amiga en su éxtasis le dio un manotazo a sus gafas de sol y las lanzó al agua, perdiéndolas al instante porque se hundió en el fondo sin darnos tiempo a rescatarlas. Las gafas eran de marca y le costó hace tres años 100 euros. Su cara cambió desde ese momento y no hubo forma de animarla. El gondolero nos contó que una vez una turista dejó caer un anillo de brillantes valorado en 30 mil euros, esa ha sido la única vez que ha visto como los bomberos se pusieron sus trajes de buzo para rescatarlo, porque el escándalo que armó la señora fue de padre y señor nuestro y menos mal que lo consiguieron porque la señora amenazó con emprender acciones legales contra el gondolero. Venecia es una ciudad fabulosa y creo que nunca me cansaré de visitarla. El recorrido que hicimos fue el siguiente (partiendo como dije antes desde Venecia): Koper (Eslovenia), Rávenna (Italia), Split (Croacia), Bari (Italia), Dubrovni (Croacia), Kotor (Montenegro), La Valetta (Malta), Catania (Italia), Nápoles (Italia), para finalmente terminar en Roma y regresar a casa. 

Primera parada: Koper y Piran en Eslovenia

Normalmente la gente compra un tour para ir a Ljubjana (capital de Eslovenia) que está a poco más de dos horas de camino, como era la primera parada no nos apeteció aventurarnos tanto y en su lugar tomamos un taxi para visitar la vecina Piran, un pequeño pueblo enclaustrado en uno de los salientes de la costa de Istria. La ciudad está rodeada por murallas medievales que están formadas por dos muros paralelos. Entre sus casas adosadas y sus calles estrechas aparecen numerosas obras de arte. La más visible y famosa es la iglesia de San Jorge con su alto campanario construido por G. di Nodari y B. Torra en el siglo XVII. San Jorge es el patrón de Piran y como dato curioso, esta iglesia es de inspiración veneciana y su campanario es una réplica del Campanille de la Plaza San Macos. Entre los monumentos destacan también la Casa Veneciana, la de Tartini, el Palacio de Justicia, el Ayuntamiento, el Museo Marítimo de Sergej Mašera y la Galería de Pirán. En el centro de la plaza principal o de Tartini se erige una estatua del violinista y compositor Guiseppe Tartini, quien es nativo de Piran. Lo más encantador son las vistas de la ciudad y del Adriático que se ven ya sea descendiendo hacia la playa o subiendo a lo más alto de la torre de la muralla. Ambos recorridos los hicimos y quedamos encantados. Nos tomó un poco más de una hora pasear por Piran. De regreso al barco, paramos en Koper para caminar por el centro histórico y, aunque es una ciudad menos espectacular que Piran (su principal interés se centra en sus disputas históricas que la han hecho pertenecer a diferentes países, razas y castas), sus atractivos son el Palacio de los Pretores, construido del siglo XII al XV y la catedral de San Nazario, del siglo XIV. Ambos edificios son de estilo gótico-veneciano y están ubicados en la Plaza de Tito. Dos cosas curiosas: en la calle Kidričeva, que parte de la Plaza de Tito, puede verse una placa conmemorativa escrita en español que recuerda a los combatientes antifascistas eslovenos, croatas, italianos muertos en defensa de la Segunda República Española, llamados por ellos Španski borci (combatientes de España) o simplemente Španci (españoles). Los combatientes que participaron en España fueron aquella vez los combatientes yugoslavos del dictador Tito. En esta ciudad, por ser multinacional, participaron eslovenos, croatas y también italianos. La segunda curiosidad es que paseando por el mercado central vi una sandía (patilla en mi país) alargada, bien grande, como las que solía comer en Venezuela. Para mí fue una curiosidad porque después de tantos años viviendo en España, ya me había acostumbrado a ver las sandías redondas. Tanto nos llamó la atención que mis amigos españoles también quedaron sorprendidos.

Segunda parada: Ravenna…pero la cambiamos por San Marino

Ravenna es una ciudad portuaria al norte de Italia, muy cerca de Venecia. Es famosa por sus mosaicos y no dudo que tengan su encanto, pero nuestro objetivo estaba centrado en tomar un taxi para visitar la pequeña República de San Marino, situada a 1:40 minutos de Ravenna. El taxi cobró una cifra exagerada para llevarnos, pero como fuimos cuatro la carga se hizo menos pesada. No nos decepcionó. San Marino es el quinto Estado más pequeño del planeta con sus 61 Km2, el tercero más pequeño de Europa tras El Vaticano y Mónaco, y la segunda república más antigua de la Historia –fundada en el 301 d.C., mientras que la romana, data del 509 a.C. –pasa por ser también una de los países que menos ha cambiado de extensión en los últimos siglos, superficie que sigue invariable desde 1463, cuando su territorio fue reconocido como independiente por el Papa. Junto con El Vaticano son los únicos Estados rodeados completamente por un mismo país (en ambos casos Italia). Su única montaña es el Monte Titano de 739 metros de altura y está a solo 10 kilómetros del mar Adriático, pero no tiene salida al mar. Además, es la única ciudad-estado republicana que sobrevive en nuestros días, y sus habitantes se enorgullecen de haber sido invadidos solo tres veces en sus diecisiete siglos de historia, y siempre por poco tiempo. La Serenísima República de San Marino redactó asimismo la primera Constitución europea, el 08/10/1600. Por todo ello el país se autodefine con orgullo como “Tierra de la Libertad”, lema que reza un cartel a la entrada de su frontera. Muchos y variopintos son sus rincones dignos de visitar. El casco antiguo medieval de San Marino –Patrimonio de la Humanidad (UNESCO) – es en sí mismo una de sus mayores maravillas: de pequeñas dimensiones y totalmente peatonal, lleno de callejuelas arropadas entre caserones y laberínticas cuestas, luce un aspecto realmente encantador. Se accede a él por la Porta di San Francesco, puerta abierta en 1452 en la tercera cinta de murallas defensivas. En Vía Basilicius tenemos el edificio religioso más antiguo del país: la Iglesia de San Francisco. Fundada en el siglo XIV en estilo gótico, el templo actual es fruto de varias reformas posteriores, lo que explica la intrusión de elementos barrocos en su aspecto. Fue decorada al fresco por A. Alberti da Ferrara en el siglo XV, en un estilo que anunciaba el Renacimiento, frescos hoy expuestos en su Loggia (S. XIV), sede desde 1966 de la Pinacoteca de San Marino. Museo especialmente rico en pintura religiosa. En Piazza Santa Ágata vimos la Iglesia de Capucini (S. XVI), un bronce de San Fracisco de Asís (1928) y muy cerca el Palacio Pergami Belluzi (S. XVII), sede del Museo Nacional. Una cuestecilla conduce a la Plaza de la Libertad, centro neurálgico del país remarcado simbólicamente por la Estatua de la Libertad (1896). Una de las edificaciones de mayor interés es el Palacio Público (S. XIX), sede del Gobierno Central, con su preciosa triple arcada gótica y su campanario. Frente a su portada, la milicia local ejecuta cambios de guardias cada media hora. Los referentes arquitectónicos más característicos del país son sus tres fantásticas fortalezas medievales. La primera o Prima Torre (siglo XI), también luce otros sonoros apelativos como Rocca o Guaita –derivado de fare la guardia, “hacer la guardia”–. Encaramada sobre el peñón a 751 m. de altura, sus admirables defensas despliegan dos círculos concéntricos de muros, bien adaptados al pronunciado terreno, obra del siglo XIII de los hermanos Comacine. La Cesta o “Fratta” (siglo XIII), es la mayor fortaleza del país con sus 756 m. de altura, y uno de sus escenarios más fascinantes, auténtico nido de águilas alzado entre exuberantes bosques, recordando por momentos a los castillos de Luis de Baviera –salvando las obvias diferencias de estilo y época, claro–. Su nombre deriva de cista, “cesta”, mientras que fratta significa “rota”, debido quizás a su aspecto. Fácilmente accesible desde la Rocca a través de una callecita empinada, en su interior destaca el Museo de Armas Antiguas, entre cuyas colecciones resaltan magníficas ballestas, emblema nacional. Por último tenemos la pequeña Montale (siglo XII), fortificación pentagonal, bastante aislada de sus hermanas y lamentablemente no visitable. Tras esto, no nos quedó más que la satisfacción de haber elegido correctamente nuestra visita a San Marino (pasando por alto a Rávenna), sin duda fue una de las mejores paradas de nuestro viaje.

Tercera parada: Split (Croacia) y sus maravillosas 17 cascadas.

En Split hicimos algo similar a nuestra parada anterior. Escogimos ir al Parque Natural Krka, antes que visitar el centro histórico de Split, la única diferencia que esta vez en lugar de tomar un taxi, nos alquilamos un coche y salió aún mucho más barato. Es facilísimo movilizarse por Split, todo está bien señalizado y no nos hizo falta ni siquiera un GPS para guiarnos. La anécdota del día fue que fuimos a una agencia de información turística para preguntar por una empresa de alquiler de coches y la chica nos dijo que allí podíamos hacerlo, lo cual nos pareció fabuloso. Cuál fue nuestra sorpresa que al rato llegó un chico dándonos la llave de su coche (un turismo compacto de 4 puertas con más de 177 mil kilómetros y 10 años de uso, lo que nos hizo pensar que no era un coche de alquiler, sino el coche del chico que lo alquilaba por horas porque nos preguntó cuánto tiempo tardaríamos y en base a eso calculó el precio). Llegamos al Parque Nacional Krka ubicado en la localidad de Skradin, a una hora y poco más de camino. La entrada que te lleva al muelle para tomar el barco al parque es pintoresca. Callejones estrechos, bordeados de lado y lado por edificaciones medievales, usadas como locales comerciales. Tomamos el barco (sale a cada hora y el viaje dura unos 40 minutos, también hay la opción de ir en bicicleta o coche pero preferimos hace la travesía del barco). El Parque Nacional del Krka ofrece un espectáculo natural de verdad excepcional y el curso del río Krka, que se desanuda por más de 70 km excavando en algunos puntos gargantas profundas de casi 200 metros y caídas de agua espectaculares (en total 17), tiene su cumbre con las imponentes cascadas conocidas como Skradinski Buk. El recorrido alrededor del parque dura aproximadamente una hora y al finalizar la caminata puedes darte un refrescante baño en las aguas del río…y eso fue lo que hicimos!!! De regreso a Split, como teníamos algo de tiempo antes de zarpar, decidimos conocer un poco el centro histórico y aunque fue un recorrido a vuelo de pájaro (porque después del refrescante baño quedamos tan relajados que pocas ganas teníamos de seguir caminando), conocimos algunos monumentos y edificaciones de interés como el Palacio Diocleciano (la historia de Split está muy ligada al Imperio Romano, fue fundada en el S. IV y el emperador Diocleciano, natural de Split, hizo construir su palacio en esa zona para habitarlo una vez retirado de la vida política). Tiene una estructura con planta cuadrada, típica de la época romana, que junto con sus murallas, que en origen median 215m de largo por 180m, hacía del monumento un lugar impenetrable. Para acceder al interior podemos optar por varias puertas, aunque normalmente el acceso está en la Puerta Aurea, para continuar por una calle que se denomina Cardo, mientras hacemos este camino observamos la residencia con mármoles italianos, granito rojo, incluso esfinges egipcias. Por ello en 1979 la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad este palacio. Otros restos arqueológicos importantes, son el Templo de Júpiter y el Mausoleo de Diocleciano que posteriormente se convirtió en La Catedral de San Diomo, aquí debemos observar el altar ornamentado y el campanario de estilo románico-gótico, mezcla de estilos reservada para aquellos amantes de la arquitectura. Otra de las obras majestuosas que veremos es la del arquitecto Buvina, que realizó una representación de la vida de Jesús en las puertas de la Catedral. También encontramos vestigios de la Edad Media, como en todo el país, uno de ellos es el Ayuntamiento que data del S. XV. Como ya nuestras fuerzas estaban mermadas, decidimos regresar al barco y terminar aquí nuestra aventura en Split.

Cuarta parada: Bari…pero nos fuimos a Alberobello y nos dimos un bañito en la playa 

Nos dijeron que Bari tenía poco que ver (aunque es una ciudad grande), así que decidimos ir a Alberobello, la ciudad más cercana entre las opciones que había y con el aval de haber sido declarada Patrimonio de la humanidad. ¿El motivo? Los famosos trullos. Alberobello en sí es una ciudad pequeña de solo 10 mil habitantes y la historia de estos edificios tan particulares está ligada a un edicto establecido en la edad media que exigía un tributo por cada nuevo asentamiento. Los condes exigieron que se edificaran las casas a la piedra seca, sin utilizar mortero. Debiendo por lo tanto utilizar sólo piedras, los campesinos encontraron en la forma redonda con techo de cúpula “autoportante”, compuesto por círculos de piedra superpuestos, la configuración más simple y sólida. Los techos de abovedados de los trullos son embellecidos con pináculos decorativos, cuya forma está inspirada en elementos simbólicos, místicos y religiosos. Estos eran realizados con la maestría lograda para la construcción del trullo y gracias a ellos se identificaba al artesano. Basándose en la calidad de la factura del pináculo se podía entonces identificar no sólo la habilidad artesanal del constructor sino incluso el valor de la construcción. Un mayor gasto en la construcción del trullo permitía individualizar, por lo tanto, las familias más pudientes de aquellas más pobres. Por lo que se refiere a los símbolos pintados sobre los techos de los trullos a menudo asumían un significado religioso; a veces podían representar los signos del zodíaco. Pináculos y símbolos pintados forman juntos una especie de identificativo ciudadano. Una de las zonas que caminamos se llama “Rione Monti” y consta de pequeñas y estrechas callejuelas con pendencia elevada atravesadas por otras calles más amplias en las laderas. Es una zona muy pintoresca que culmina en la iglesia de San Antonio construida en forma de trullo en el S.XX. La Plaza principal de Alberobello se llama Piazza del Popolo, es un lugar abierto y espacioso muy peculiar, excelente para disfrutar un poco la “vida autentica” del pueblo; al lado de la Plaza se encuentra la Iglesia de Santa Lucia, que ofrece un hermoso punto panorámico desde donde se observa toda la ciudad. La anécdota en Alberobello la vivimos cuando fuimos a tomarnos algo refrescante en una pequeña cafetería y al preguntar por el baño, la dueña nos dice “si es para hacer pipí si, si es para lo otro no tenemos”. Claro, la cafetería era el jardín de su casa y el baño estaba dentro de su casa, al entrar vimos que se trataba de un pequeño cuarto con un váter mínimo que apenas permitía el ingreso de una persona. De regreso a Bari, nos detuvimos en una playa de la zona. Era una cala pedregosa con piedras de grandes dimensiones que te impedían caminar tranquilamente dentro del agua por el miedo a darte un golpe, la elección del taxista no estuvo acertada pero sirvió al menos para refrescarnos. Una vez en Bari, entramos al casco antiguo y dimos unas vueltas por sus calles medievales, visitando la Catedral de San Sabino, la Basílica de San Nicola, el Castillo Svevo (aunque no entramos porque nos pareció muy cara la entrada, así que solo tomamos fotos por fuera) y vimos lo que queda de la muralla que rodeaba a la ciudad. En los alrededores de la Plaza Mercantil se encuentra una zona de restaurantes donde nos sentamos a degustar de un risotto. Luego al barco porque ya el calor era insoportable.

Quinta parada: Dubrovni, el encanto de Croacia

Dubrovni me impresionó gratamente. Su ciudad amurallada y la vista de la bahía desde lo alto de la montaña, son dos de las experiencias más gratificante de este viaje. Como el barco atracó en el puerto nuevo, tomamos un taxi que nos llevó a la puerta Pile, punto de partida del casco viejo de la ciudad. La palabra Dubrovni significa Robledal, nombre dado a la ciudad por la cantidad de robles que existieron en la zona. Dubrovnik está rodeada por una gran muralla que alberga 16 torres ofreciendo una visión única del lugar. Las murallas datan del Siglo X, aunque fueron restauradas en el siglo XVII. En total suman 1.940 metros, con un grosor de 6m hacia tierra y 3 hacia el mar. Su altura es de 25 m. El recorrido lo hicimos en hora y media y las vistas son espectaculares. Antes subimos al funicular para ver la alfombra de techos rojos que conforman las casas que desde arriba se pueden divisar. Me llamó la atención el color nuevo de los techos y esto se debe a que al terminar la guerra de los Balcanes, los pobladores se pusieron de acuerdo para reformar sus casas y la ciudad en general para hacer volver la belleza y el resplandor de antaño. Tras observar la panorámica de la ciudad volvimos a la Puerta de Pile, construida entre los siglos XIV y XV, es abierta en un bastión semicircular, por la que se accede a una amplia rúa de piedra, la Placa, que nos llevó á a la zona más aristocrática, lugar en el que gobernaba la República Ragusea, la élite más aristocrática que dominó la ciudad desde 1358 hasta la entrada de Napoleón, palacios simétricos de estilo barroco que nos llevan a la Plaza Luza, al Palacio Sponza (notable por su columnata de su atrio y preciosas tallas de piedra) y a su lado se encuentra la iglesia de San Blas o Sveti Vlaho, construida entre 1706 y 1715, diseñada por el arquitecto Gropelli quien tomo como modelo la iglesia de San Mauricio de Venecia. Otro de los monumentos importantes de Dubrovnik es el Palacio de los Rectores que fue la sede del gobierno y del rector en los tiempos en que Dubrovnik fue una república independiente y la espectacular Catedral de Velika Gospa, que fue construida en 1192. Los terremotos en 1671 y 1713 la destruyeron totalmente pero fue reconstruida por un arquitecto italiano. En el interior pueden admirarse una asunción del Vergine di Tiziano (1552) y un relicario en oro y plata de San Biagio. Luego de un recorrido algo agotador, más que todo por el asfixiante sol veraniego, nos tocó degustar la gastronomía croata y tuvimos la suerte de toparnos con un restaurante a pie de playa donde comimos una exquisita mariscada y luego el chapuzón respectivo. Excelente tarde en Dubrovni, una de las mejores del crucero.

Sexta parada: Kotor-Montenegro, el gran descubrimiento

Si el año pasado quedé sorprendido con Estambul, este año fue Kotor la que me dejó boquiabierto. Ubicado en una de las más bellas bahías de Montenegro, el pequeño pueblo fortificado de Kotor está inscrito en la lista de patrimonios mundiales de la UNESCO. Una joya muy bien conservada y que sigue todavía un plan típico de urbanización medieval, con sus murallas y sus callejuelas estrechas. Las murallas de Kotor están al fondo del fiordo más extenso del sur de Europa. Mide unos 30 kilómetros de longitud. Las murallas miden 4,5 kilómetros de largo y rodean al pueblo. Hay un recorrido al estilo “muralla China” que te permite llegar a un mirador magnifico. Nosotros iniciamos el viaje, pero como el punto más alto estaba a unos 300 metros de altura y hacía un sol de justicia, decidimos llegar solo hasta la ermita (la mitad del camino), para luego regresarnos por donde subimos y dedicarle más tiempo a la ciudad. Así que entramos a la ciudad amurallada por su puerta sur, de estilo medieval, y caminamos por sus maravillosas calles estrechas cuyos edificios tienen particularidades arquitectónicas que le confieren una gran belleza. Kotor, entre la montaña y el agua del fiordo más septentrional de Europa, está formado por un conglomerado de callejuelas, de escalinatas, de iglesias y de pequeñísimas plazas acondicionadas con terrazas para que los turistas se alimentaran con comida típica italiana (pasta, claro). Y es que todo Kotor es muy italiano, tanto arquitectónica como culturalmente hablando. La extensión del centro histórico no es muy grande, pero si acumula grandes riquezas regadas por su pedregoso pavimento, tales como la Catedral de San Trifón, que fue la primera en construirse en Dalmacia o las Iglesias de San Lucas y San Nicolás. Kotor exhibe con orgullo en balcones y muros su precioso estandarte, recordando al personal que por fin son una República Independiente. Como el recorrido lo hicimos en poco tiempo, le pedimos a un taxista que nos llevara a Budva, una pequeña ciudad costera a unos 12 kilómetros. El taxista, no solo nos llevó a nuestro destino, sino que nos dio un recorrido por la montaña para tomar fotos de las preciosas vistas. Budva descansa sobre una península que en realidad es una isla unida a tierra firme por un banco de arena. Este poblado cuenta con un patrimonio histórico-artístico incalculable. La vieja ciudad consta de pequeñas plazas y de callejones estrechos. No lejos del corazón de la ciudad descubrimos las necrópolis griegas y romanas que encierran joyas de oro y plata, limos vidrios y de cerámicas. Visitamos la Iglesia Saint-Ivan (siglo VII), el Monasterio Benedictino Santa María de Punta y la Iglesia de la Trinidad Santa. Una vez finalizado el recorrido, el taxista nos llevó a Jaz, una zona playera excepcional donde tomamos el merecido baño y luego de vuelta al barco. Sin duda, una de las mejores paradas del crucero.

Séptima parada: La Valeta-Malta fortaleza medieval aún en pie

Lo primero que hicimos al bajar fue tomar un taxi hacia Mdina, la antigua capital de Malta. Mdina es una pequeña ciudad fortificada y amurallada por los cuatro costados, fundada por los fenicios, que actualmente cuenta con apenas 300 habitantes en su interior. Se entra recorriendo un puente de piedra hasta el portal principal, el cual está custodiado por dos leones que sostienen los escudos del país. Al entrar a la ciudadela amurallada el silencio te envuelve, no se escucha nada, ni el eco de nuestros pasos, es como una ciudad fantasma, de allí que es conocida como la Ciudad del Silencio o la Ciudad Silenciosa. En la pequeña ciudad de Mdina se encuentran algunos de los palacios y casas señoriales de la aristocracia de Malta, y muchas de sus edificaciones datan del año 700 AC. Luego de hacer un pequeño recorrido que no nos llevó más de 40 minutos, dimos un recorrido por la línea costera hasta llegar a la entrada del centro histórico de la capital. La Valeta es la capital de Malta y fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1980. La ciudad recibió su nombre del Gran Maestre francés de la Orden de Malta Jean Parisot de La Valette, quién puso con sus propias manos la primera piedra de La Valetta en 1566 donde hoy se encuentra la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria. La Valeta fue construida por los Caballeros de la Orden de Malta debido a la importancia estratégica de su situación entre dos puertos naturales sobre el Monte Sceberras. En lo que al tamaño se refiere, La Valeta tiene unas dimensiones diminutas. Mide menos de un kilómetro cuadrado y se puede ir de un extremo a otro a pie en menos de 30 minutos. En tan poco espacio se amontonan callejones que conducen a señoriales plazas y se levantan palacios barrocos juntos a bares y tiendas. El atractivo principal es la espectacular catedral de San Juan. Fue construida por los caballeros de la Orden de Malta entre 1573 y 1578 y su fachada es de aspecto sobrio y austero. Como era domingo la mayoría de las iglesias estaban cerradas a los turistas por las homilías, así que no pudimos entrar en ninguna. Desde la Catedral de San Juan, las calles aledañas flanqueadas por vetustos palacios discurren en pronunciadas cuestas hasta los dos puertos. A pesar de que el tiempo, el abandono y el devastador bombardeo de la II Guerra Mundial han dejado su huella en esta minúscula capital, sus calles empedradas evocan la época de los caballeros. Terminamos el recorrido en el Freedom Monument, delante de la esplendida Igledia de St Lawrence. Este monumento (que es una campana gigante que suena todos los días a las 12 en punto) rinde homenaje a las víctimas de la II Guerra Mundial, durante el asedio italiano. Como el sol estaba ya derritiendo nuestras pieles, decidimos volver al puerto y refugiarnos en el barco, el cual siempre aplacó con su piscina y sus tumbonas en la cubierta, el inmenso calor que pasábamos en cada excursión.

Octava Parada: Catania, cuna de mi familia paterna

La idea original era ir a Taormina y si quedaba tiempo caminar por los alrededores del centro histórico de Catania, pero como enfermé del estómago no me atreví a viajar casi dos horas hasta Taormina para evitar cualquier “accidente”, así que me quedé en el barco hasta el mediodía y luego mi amigo y yo bajamos a dar unas vueltas por Catania. La idea no me entusiasmaba mucho porque había leído que Catania era tan sucia y fea como Nápoles o Bari (la primera ciudad la había visitado el año anterior y pude comprobar que era cierto y la segunda fue mi cuarta parada en este crucero y la verdad que no me impresionó mucho y si, se me pareció un poco a Nápoles). Aún así no quise quedarme todo el día en el barco y perderme la oportunidad de conocer un sitio nuevo…y menos mal que no lo hice porque, aunque la verdad vi una ciudad un tanto caótica en el tráfico (no vi ni un solo semáforo entre el puerto y el centro histórico y eso que hay una caminata de unos 15 minutos aproximadamente y bueno, para ser sincero, Italia toda tiene un reprobado en materia de tránsito porque en todas las ciudades donde he estado, si no corres el coche no te frena y no cruzas de un lado a otro), a pesar de eso, quedé gratamente sorprendido porque encontré los monumentos mejor cuidados que en Nápoles y Bari y la ciudad no me pareció tan sucia. Un dato que desconocía es que Catania fue declarada en 2002 por la UNESCO como patrimonio histórico de la humanidad y muchos de sus monumentos están siendo restaurados para llevarlos a su antiguo resplandor. Bajo la atenta mirada del Etna (desde la distancia siempre vimos una humareda salir de su cráter, indicio inequívoco de que está en constante actividad), la ciudad de Catania se renueva constantemente. Ha sido arrasada más de 7 veces por las erupciones del Etna y demolida por numerosos terremotos a lo largo de la historia que han obligado a sus habitantes a reconstruirla prácticamente desde cero. Hermosa es la Plaza de la Catedral donde se ubica el Comune y La catedral de Catania, el Duomo, en torno a la Fuente del Elefante de Vacarini, símbolo por excelencia de la ciudad; la Iglesia de Santa Ágata, el mercado de la Pescheria, y el mercado de la Fiera (como típicos mercados era insoportable caminar entre tantos tarantines y personas), el teatro y el anfiteatro romano (vestigios gloriosos del Imperio Romano), el odeón, la Via Crociferi con su hilera eterna de iglesias, los Jardines Bellini, el Teatro Massimo Vincenzo Bellini que debe su nombre al ilustre compositor local, la Via Etnea con sus comercios y heladerías y el convento de de los Benedictinos (sede de la Universidad di Lettere de Catania), sin olvidar el castillo Ursino. La verdad que había mucho que ver y admirar y como salimos tarde del barco y a la peor hora, cuando el sol estaba en su mayor apogeo, decidimos regresar, no sin antes probar uno de los típico dulces sicilianos: el cannoli (una masa enrollada en forma de tubo y dentro posee los ingredientes mezclados con queso ricota)….ummm…excelente!!!!! No en vano aumenté tres kilos en este viaje.

Novena Parada: Nápoles-Capri, la isla del desencanto

Como el año pasado cuando tocamos Nápoles fuimos a visitar las ruinas de Pompeya, este año decidimos ir a Capri. Teníamos muchas expectativas porque aquí en España hay un anuncio de Dolce & Gabanna grabado en Capri y se ve totalmente un lugar paradisíaco. Y la verdad que lo es, lástima que los encargados de tratar con los turistas den tan mala imagen y tengan como único propósito sacarle la mayor cantidad de dinero a la gente de forma descarada, que hace que pierda parte de ese encanto. Una crítica a Italia y es posible que escupa hacia arriba porque yo tengo la nacionalidad italiana y mi familia paterna toda es italiana, pero todo lo bello que puede ser Italia, aún con sus ciudades descuidadas y sucias, pierde un poco con la idiosincrasia del italiano. El italiano es ruidoso, caótico, claramente pesetero y profesan un falso orgullo por su país que se evidencia en que mientras más dinero le sacan a la gente, mejor negocio han hecho. No me gustaría generalizar, pero ejemplos he visto muchos en todos los viajes que he realizado a la tierra de mi padre y cada día me siento mejor con la decisión de haber venido a España a vivir y no a Italia. Críticas apartes, Capri es una bella isla, solo que nuestra experiencia allí no fue tan buena. Fuimos a la famosa Gruta Azul y menudo chasco, no porque fuera fea sino porque para llegar allí nos hicieron pagar primero una barca que nos llevara a la roca de la gruta y luego allí tuvimos que pagar el mismo precio por entrar. Sumado a esto tuvimos que hacer una cola de barcas (así como si estuviéramos haciendo la cola del cine) para entrar, mientras esperábamos nuestro turno, el barquero iba de un lado a otro (con lo que muchas veces marea los vaivenes de las olas), a pleno sol en alta mar, había una sombra que daba una de las grandes rocas y allí estaban esperando algunas de las barcas, pero nuestro barquero no se resignaba a quedarse quieto. A todas estas, cuando llegaba una embarcación privada, las pequeñas barcas de remos dejaban de prestar servicio a las barcas donde iban los turistas para hacerles pasar antes que a nosotros. Allí nos tiramos casi una hora esperando. Cuando finalmente llegó nuestro turno, lo primero que nos dice el remero de la barca que nos tocó que además del precio de la entrada, debíamos darle una propina y esa fue la palabra que repitió a lo largo del camino. Al pagar la entrada, nos metimos por un hueco mínimo donde todos tuvimos que prácticamente acostarnos en la barca para poder pasar y al estar dentro oh, decepción!!!. La famosa gruta azul, donde supuestamente se bañaban los grandes emperadores del Imperio Romano, es una pequeña piscina natural que debe su nombre al color azul que se ve debido al rayo de sol que entra por el minúsculo hueco por donde entramos. Dentro no se veía nada y como habían varias barcas a la vez, unos remeros cantaban, otros hablaban entre sí en voz alta, otros intentaban explicarles a sus turistas la importancia del lugar, en fin, ruido por todas partes, lo que te daba la sensación de haber entrado al túnel del terror en lugar de la gruta azul y la estancia dentro duró lo que tardó la barca en dar dos vueltas (creo que fue menos de 8 minutos) y para fuera otra vez. Total gastado 50 euros por persona sin incluir 5 euros que le dimos de propina para vivir una “aterradora” experiencia. Luego subimos a Capri en el funicular, hasta allí todo bien. Vimos algunas vistas y luego hicimos un alto para comer. Nos metimos en un restaurante que tenía un mirador, pedimos dos pizzas para compartir entre 6 personas y bebidas. Total gastado 101 euros ¡!!!! Por solo dos pizzas, 4 cervezas (porque uno de mis amigos repitió), una Coca-Cola y dos Nestea limón. No lo podíamos creer. Ya desanimados, cansados y decepcionados, decidimos dar un último paseo por un camino empedrado en bajada, al llegar a una bifurcación estuvimos a punto de regresarnos pero como leímos en un cartel Piccola Marina, pensamos que tal vez era un mirador con alguna vista interesante. Al final del camino había un parque que para entrar debíamos abonar 1 euro, como no era mucho decidimos entrar y oh sorpresa!!! Las vistas que tanto deseábamos ver estaban allí frente a nosotros. Creo que esto salvó nuestra visita a Capri y nos hizo pensar que tal vez si vamos en otra temporada podremos tener más suerte y disfrutarla más. Al bajar la cola del funicular era de tal magnitud que decidimos tomar un taxi o un bus, lo primero que pasara. Pasó el bus y afortunadamente el mismo ticket de regreso que habíamos comprado en el funicular servía para el bus. Lo sorprendente del regreso es que había un solo camino muy angosto de dos vías por donde subían y bajaban todos los vehículos, fue interesante ver las maniobras de todos los conductores para pasar cuando coincidían un coche subiendo y otro bajando…así es Italia caótica hasta en lo más elemental. La última parada fue en Civitavechia-Roma, pero nuestro viaje ya había terminado. Tomamos un shuttle para el aeropuerto después de comer un buen desayuno en el barco y a casita. Y ahora estoy pensando en mi próximo viaje. Quiero algo exótico, tal vez India, Tailandia, China o Vietnam…o tal vez siga enganchado a los cruceros y el próximo año me vaya a ver los fiordos noruegos o las capitales bálticas o quizás las islas griegas….quien sabe, tengo hasta mayo para decidirlo…