sábado, 2 de mayo de 2009

El abrazo redentor

Abro los ojos y no miro el reloj, sino que intento calcular la hora del día según la luz tenue que se infiltra por las rendijas semiabiertas de la ventana. Mis pensamientos se concentran en uno solo y la energía que emerge de él, me impulsa a fijar mi atención al otro lado de la cama para saberte allí junto a mí. Una noche que solo existe porque tu aroma aún pervive en mis sentidos y en mis sueños. Te dejo dormida y me levanto a iniciar mi rutina diaria, primero el baño donde me veo la cara en el espejo y descubro las mismas arrugas y las mismas expresiones que me aterrorizan y me hacen pensar que el tiempo pasa más rápido de lo que me gustaría. Me cepillo los dientes y me enjuago la boca con el jarabe bucal que tanto te gusta y que yo detesto porque nunca me ha gustado el sabor a fresa. Abro la ducha y dejo caer el agua, apoyándome en la pared todavía hipnotizado por los últimos vestigios del sueño hasta que el vapor del agua caliente me envuelve y me deja sin respiración.

Me enjabono frotando enérgicamente cada parte de mi cuerpo para revitalirzarlo y terminarlo de despertar, despojándolo de los sudores que lo consumieron durante la noche por las pesadillas que lo abordaron mientras dormía. Trato de no pensar, de desprenderme del recuerdo y de mentalizarme que la vida es presente y no pasado, mucho menos futuro. Salgo del baño envuelto en el albornoz verde que me regalaste para mi cumpleaños y te veo en el mismo lugar y en la misma posición en que te dejé cuando decidí comenzar mi día. Enciendo la luz y te pido que te vuelvas hacia mí. Te aparto los rebeldes rizos de la cara y descubro tu frente, rozando con la punta de mis dedos tu piel suave y tus carnosos labios, mientras luchas también contra el sueño que te domina a su antojo. Quiero aprenderme de memoria cada línea de tu rostro para que me acompañes durante el día.

De repente siento miedo, me domina una necesidad imperiosa de seguir mirándote y de no apartarme de tu lado. Te estrecho contra mi cuerpo, mientras tu cuerpo se remueve intranquilo queriendo escapar de mi abrazo. Haces un esfuerzo por abrir los ojos y decirme algo, pero tus párpados pesan toneladas y solo atinas a murmurar una frase incomprensible que intuyo me pides que te deje tranquila. Apago la luz y escucho tu respiración en la semipenumbra de la habitación, veo tu silueta a contraluz acomodándose en el lado de la cama que ocupas y me dan ganas de volver a estrecharte entre mis brazos para no dejarte escapar.

Imágenes veloces se suceden y se borran casi al instante dentro de mi mente. Calles nocturnas atestadas de vehículos y de personas, letreros luminosos que parpadean tu nombre, la escalinata de la catedral donde te conocí y que sin saberlo redimiste mis penas, la lluvia incesante que mojan nuestros pasos y dejan una huella que se borra con los pasos de otros. No se medir el tiempo y me da miedo calcular los minutos que necesito consumir para volver a tu lado. Deseo imprimir en mi mente los momentos que paso junto a ti para apaciguar el vacío que me produce tu ausencia.

Me visto con lentitud queriendo extender lo máximo posible el tiempo que paso mirándote mientras me pongo los calzoncillos, los pantalones y la camisa. Me quedo descalzo para sentir el suelo frio y saber que estoy despierto y no sueño. Que no se trata de una ilusión el verte allí acostada, poseyéndome con cada ligero movimiento que das y dejándome en un mar de dudas al pensar que no te encontraré al caer el sol, cuando vuelva desesperado buscándote. Te volteas hacia mi y haces un nuevo esfuerzo por decir algo que no entiendo. Me acerco y pongo mi oído junto a tus labios sintiendo tu aliento cálido que me ofreces con cada respiración. Espero pacientemente a que me repitas lo que dijiste, mientras me dejo envolver nuevamente por el aroma de tu piel. Abres los ojos y das un sobresalto, no te esperabas tenerme tan cerca. Me ves y extrañada percibes mis temores, al verme temblar como a un crio que lo han dejado desamparado en una noche lluviosa. Aún legañosa y con el sueño en el cuerpo, extiendes tus brazos y me invitas a posar mi cara en tus pechos, me aferro a ti y otra vez nos envolvemos en un abrazo protector. Me sonries y me dices con una voz juguetona que soy un tonto y esa voz me suena como dulce melodía. Siento con el calor de tu cuerpo que me esperarás al final del día.

Cierro mis ojos y al abrirlos te veo encender la luz, te inclinas lentamente hacia mi y me das una suave sacudida preguntándome a la vez en que soñaba. Me veo en pijamas con la camisa abierta y el pecho sudado, me desconcierto. Veo los números verdes del despertador en la oscuridad del cuarto y me doy cuenta que el día apenas comienza y que mis temores también los manifiesto en mis sueños. Te noto preocupada y me alegro porque percibo en tu rostro que pasará mucho tiempo antes de perderte. No pienso en el futuro, sino en mi presente. Me serena tu calma, me alivia saberte tan cerca de mi redimiéndome de la desesperación y la soledad. Cierro los ojos y me siento en el filo de la cama, dándome ánimos para levantarme y comenzar mi rutina diaria. Te veo y sonríes de nuevo, pienso por un momento y me vuelvo acostar decidido a no levantarme ese día, sino dedicarlo a ti por completo y dejar pasar el tiempo consumiéndolo a tu lado en un abrazo eterno que me redime de mi soledad.