domingo, 8 de octubre de 2017

Diego el caballito ciego

Diego era un caballito que le gustaba correr por las verdes praderas de la granja, se pasaba todo el día brincando de un lado a otro, no había nada ni nadie que pudiera detenerlo. Siempre decía que la vida era muy bella para desperdiciarla encerrado en el establo. Pasaba horas y horas descubriendo el color de las cosas, le gustaba ver las hojas verdes de los cipreses, el naranja de las amapolas, el púrpura de las mariposas que revoloteaban alrededor de las flores, el rosa de los atardeceres. A él le encantaba sentir en sus cascos el suelo mojado, pisar las hojas del otoño o salpicar el agua del abrevadero. Muchos de sus vecinos se molestaban cuando Diego irrumpía dando coces contra el agua porque mojaba a los otros animales que estaban calmando su sed en ese momento. Don Tito el Cerdito se quejaba con la madre de Diego constantemente y también la gallina Adelina y el conejo Alejo, todos se turnaban a diario para ir al establo a quejarse. “Zaina Zarina – la llamaban así por su pelaje negro intenso y la crin larga que adornaba su cabeza – tienes que ponerle remedio a Diego, no nos deja beber en paz el agua del abrevadero”. La zaina Zarina se entristecía cada vez que alguno de los animales de la granja se acercaba a ella para hablarle mal de su hijo y ya no tenía palabras para reprenderlo, había probado de todo, le había hablado cariñosamente, le había regañado severamente, le había impuesto distintos castigos como mandarlo a dormir sin cenar o impedirle salir del establo amarillo por una semana o ir al río a nadar, pero nada hizo mella en el carácter de su hijo. Diego era un potrillo juguetón y ningún castigo mermaban sus energías, al contrario cada vez que salía de un castigo se volvía más y más travieso y no era que tomara venganza de sus vecinos por llevarle las quejas a su madre, sino que era tan juguetón que el tiempo que estuvo castigado sin poder jugar, lo recuperaba jugando el doble al levantarle su madre el castigo. Un día Diego saltó la cerca de madera pintada de azul que separaba los terrenos del granjero del resto del campo, su madre siempre le había advertido que no traspasara esa barrera porque más allá había peligros inimaginables. Diego siempre había hecho caso a las advertencias de su madre, pero cansado ya de que los otros animales no hacían otra cosa sino quejarse de él, decidió que era tiempo de ir a otros sitios a jugar sin que nadie lo molestara. Saltaría la cerca, correría un rato y luego regresaría sin decirle a nadie donde había estado. Se alejó unos metros para efectuar su salto y, a pesar de que vivía saltando todo el tiempo, no tuvo el tino de medir la altura de la cerca y con las patas traseras tropezó con la madera dando un revolcón que le hizo aterrizar al otro lado de la valla, pegando la cabeza al duro suelo. Por momentos quedó aturdido, meneó su hocico de un lado a otro para tratar de despejar la densa niebla que rodearon sus ojos. Diego sintió como las sombras comenzaron a taparle la visión, impidiéndole distinguir las siluetas. Fue como si de pronto hubieran apagado todas las imágenes dejándolo todo en una total oscuridad. “No veo, no veo”, dijo el caballito Diego. Sintió miedo y luego pánico, tanto que se desbocó en una veloz carrera sin ver hacia donde corría, de pronto se detuvo en seco porque pensó que a lo mejor estaría alejándose de la cerca que separa la granja del campo y si se perdía en un lugar donde nunca había estado antes, ya no podría regresar a casa. Intentó devolverse sobre sus mismos pasos caminando hacia atrás, pero al no poder ver las huellas dejadas en el camino, se desorientó y la izquierda se le volvió derecha y la derecha, izquierda. Perdió el rumbo y ya no sabía si iba hacia delante o si iba hacia atrás. Se arrodilló sobre una alfombra de hierbas que sintió debajo de sus patas y empezó a llorar amargamente porque se acordó de las advertencias de su madre de no traspasar la cerca de madera. “Si le hubiera hecho caso”, era su lamento constante. La noche cayó y Diego seguía llorando, claro que él no sabía que era de noche porque desde el mismo momento en que se dio el golpe en la cabeza se le oscureció todo. De repente se puso a gritar el nombre de su madre, pensando que ella pudiera estar buscándolo y si la llamaba en voz alta tal vez lo encontraría. “Madre, madre....Zarina....zaina Zarina”, gritaba sin obtener respuesta. Las patas le temblaban y no podía dar un paso sin sentir que su cuerpo se tambaleaba de un lado a otro, como un borrachito, como cuando comió una vez tantas uvas de la parra del granjero que se fermentaron en su estómago haciendo que su cabeza diera vueltas e impidiéndole atinar un paso detrás del otro. Después de un rato, el caballito Diego se cansó de gritar sin que nadie acudiera en su ayuda y sus ojos secos de luz y de lágrimas, se cerraron en un profundo sueño que lo obligaron a echarse al pie de un árbol.

No pasó mucho tiempo cuando sintió un golpe en su cabeza. Luego de quejarse y sobarse las orejas con sus cascos empezó a preguntar “¿Quién está  ahí?” Volteó la cara a un lado, luego al otro y nadie respondió. Sintió otro golpecito, como si le hubieran dado un coscorrón y nuevamente volvió a quejarse. “¡Ay, que me duele! Quien quiera que esté pegándome deje de hacerlo porque no lo puedo ver”. Diego se levantó del lecho de hierbas donde descansaba y una voz distante comenzó a hablarle.
-“Levántate, ¿no ves que estás acostado sobre mi comida?”.
-“Lo siento -respondió el caballito – no puedo ver, me di un golpe en la cabeza y ahora estoy ciego”. De la copa del árbol bajó una ardilla con dos nueces en sus patas.
-“¿Cómo es eso que no puedes ver?, preguntó curiosa.
Diego dirigió su cabeza en dirección a la voz.
-“¿Tu quién eres?”, preguntó temeroso.
-“Soy la ardilla Padilla”, respondió la ardilla.
-“¿Una ardilla? Y ¿Qué es una ardilla?”
-“En el campo hay muchos animales y yo soy uno de ellos” – respondió refunfuñando la ardilla, ofendida porque Diego no sabía lo que era. 
Cuando el caballito comprobó que la ardilla era un animal inofensivo, le explicó todo lo que le había ocurrido, pidiéndole disculpas por haberse acostado sobre su comida. La ardilla al ver que se trataba de un potrillo educado y con problemas, dejó a un lado su malestar y le preguntó qué podía hacer para ayudarle. Diego le respondió que sólo quería regresar al lado de su madre, pero como no podía ver no sabía hacia donde debía caminar. “Menudo problema – le indicó la ardilla – y yo no sé dónde vives, así que no te puedo ayudar”.

Diego se entristeció de nuevo y a punto estuvo de llorar cuando la ardilla le dijo “Le preguntaré a Pastor, el Castor del río, si sabe dónde vives”. Cogió las dos nueces que traía en sus patas y comenzó a golpearlas fuertemente una contra la otra ejecutando una especie de código de llamada, como si estuviera dándole a las cuerdas de un telégrafo. De pronto, Diego sintió como unas gotas de agua lo mojaban. Era Pastor el Castor que venía sacudiéndose el agua de su pelambre. Su larga cola arrastraba las algas del río, las que intentó quitarse dando fuertes golpes contra el suelo.
-“Ardilla Padilla he escuchado que me has llamado, ¿En qué puedo ayudarte?”.
-“Amigo Pastor, aquí hay un caballito que está ciego...perdón, ¿cómo es que te llamas?”- le preguntó al acordarse de que no le había preguntado antes por su nombre.
-Diego, soy Diego el caballito.
Tanto Pastor como Padilla cruzaron sus miradas y se rieron al unísono y Diego no comprendió el por qué, molesto dio dos coces contra la tierra seca y preguntó el motivo de sus risas.
-“Es que tu nombre rima con tu impedimento visual, ja ja ja, eres Diego, el caballito Ciego” – dijo Padilla sin parar de reír. Diego se rió también y expresó su parecer.
-“Claro, yo soy Diego el Ciego, tu eres la Ardilla Padilla y tu Pastor el Castor, todos nuestros nombres riman”. Y con jolgorio celebraron la ocurrencia hasta que la ardilla Padilla se acordó del motivo por el que había llamado a Pastor el Castor. “Diego está perdido y necesita regresar a su casa”. Pastor golpeó tres veces la tierra con su cola en señal de desconcierto, él, al igual que Padilla, no sabía dónde vivía el caballito, así que tampoco podía ayudarlo. Nuevamente la desesperanza se apoderó de Diego y bajando el hocico se tapó la cabeza con sus patas delanteras para llorar más cómodamente, aunque no veía sabía que habían dos animales en su presencia y llorar en público le daba vergüenza. Pastor pensó que Mario el  Canario podría ayudarles. Como se la pasaba volando todo el tiempo, tal vez supiera dónde vivía Diego. Se acercó a un árbol y dio tres golpes con su cola, esperó un rato, de nuevo otros tres golpes, así estuvo hasta que finalmente Mario bajó de la copa del árbol. Aterrizó armando un escándalo, las hojas volaron por los aires y con la brisa procedente del aleteo de sus alas sacudió los rostros de los tres animales reunidos. Terminó estrellándose contra el árbol y varias nueces que la Ardilla Padilla tenía guardadas en una de las ramas, rodaron tronco abajo.
-¿Me habéis llamado? – preguntó Mario el Canario con su voz aflautada.
-Si amigo canario, tenemos a un caballo que no sabe cómo llegar a su casa. – respondió Pastor
- ¿Y yo cómo puedo ayudarlo? – preguntó Mario
- Tú que te la pasas volando sabrás orientarlo para que llegue a su casa – dijo la ardilla.
-En el campo hay muchas granjas, todas de diversos colores, así que no sabría decir cuál de ellas es la casa de nuestro amigo – respondió el canario. Luego de unos segundos de silencio y al ver que el caballito estaba a punto de desmoronarse en un gran llanto, se le ocurrió que Jacobo el Lobo podría ayudarles. Él, como buen caminante podrá decirnos de cual granja procedes. Acto seguido, Mario el Canario afinó la voz y con un cántico armonioso llamó a Jacobo el Lobo. Desde la maleza del fondo emergió una sombra que poco a poco se fue transformando en una silueta con forma definida hasta que los cuatro animales...bueno tres de ellos porque el potrillo no podía, vieron aparecer la figura del lobo.
-He escuchado tu fino cantar y acudo presuroso a ayudar. Dime Mario, ¿en qué te puedo ser útil?- dijo Jacobo con una voz bastante grave, hablaba en ese tono para que los otros animales le tuvieran miedo, pero en el fondo Jacobo era un lobo bueno.
-Amigo Lobo sabemos que todos los días andas merodeando por las distintas granjas en busca de gallinas, ¿podrías decirnos si en alguna de ellas has visto a este caballito que ahora se encuentra ciego y no sabe como regresar a su casa?
El lobo agudizó la vista y lo olfateó de arriba abajo, pero no reconoció a Diego, así que tampoco podía indicarle el camino de regreso a su casa. El caballito ciego se echó nuevamente sobre el lecho de hierbas, la ardilla Padilla iba a decir algo sobre su comida pero se abstuvo en vista de la gran tristeza que rodeaba a Diego. Todos se sentían impotentes porque querían ayudarle, pero al no saber dónde quedaba su casa no podían indicarle el camino. De pronto Diego se levantó de un salto y le preguntó a Mario el Canario.
-Tú has dicho que hay muchas granjas de diversos colores, ¿cierto?
-Sí, si – respondió el canario contrariado porque no sabía exactamente el significado de la pregunta.
-Y tu Lobo al recorrer tantas granjas también te habrás dado cuenta de los colores de cada una.- Y sin dejar que Jacobo el Lobo afirmara o negara nada, agregó. Yo me acuerdo de los colores de mi granja, me la pasaba todo el día brincando de un lado a otro y una de las cosas que más me gustaba  era ver esos colores. Si les digo los colores que ahora no puedo ver, ¿ustedes me podrían guiar con sus voces?
Todos se miraron entre sí, un poco confuso porque no sabían cómo podrían guiarlo. Sin embargo, era tal el entusiasmo de Diego que no pudieron negarse y fue así como el caballito fraguó un plan para que sus nuevos amigos le ayudaran a encontrar el camino de regreso a casa.
-En primer lugar cada uno debe elegir un color o varios porque mi granja tiene muchos colores y no hay otra en todo el campo con los mismos colores. Luego deben afinar sus voces porque a través de sus cantos voy a orientarme. Yo les diré los colores de mi granja y ustedes irán a mí alrededor indicándome con sonidos si ven esos colores.
Fue así como los cuatro animales escogieron sus colores. La ardilla Padilla eligió el naranja y el amarillo; Pastor el Castor el azul y el rojo; Mario el Canario se molestó un poco con Padilla porque él quería el amarillo, pero terminó escogiendo el violeta y el verde; finalmente Jacobo el Lobo escogió el negro y el marrón. Diego les dijo que su granja tenía cipreses verdes, amapolas naranjas, mariposas púrpuras, cercas azules, establos amarillos y todos los atardeceres eran rosas.

Comenzaron su marcha con Mario el Canario cantando una melodía porque todo el camino era verde por la hierba que crecía alrededor. Cuando llegaron al río, Pastor el Castor empezó a golpear con su cola el suelo porque las aguas eran azules. Luego de cruzarlo continuaron con el cántico de Mario porque todo el campo estaba lleno de verdes arbustos. Llegaron a un jardín de flores naranjas y Padilla la Ardilla usó sus dos nueces para avisarle a Diego el color. El caballito se detuvo a oler las flores y comprobó que no eran amapolas sino margaritas, así que continuaron la marcha con Mario cantando. Jacobo mientras tanto resoplaba con su gruesa voz cada vez que se acercaban a un árbol para avisarle a Diego que se apartara a un lado o al otro y así evitar golpearse de frente. El camino continuó a través de terrenos pedregosos y troncos esparcidos y la voz del Lobo sonaba como un eco de ultratumba, intercalada con el canto del canario cada vez que pasaban los pequeños arbustos o encontraban en su camino hermosos pájaros color púrpura, o el repicar de las nueces de la ardilla cuando veían un jardín de flores amarillas o mariposas de grandes alas naranjas, o el golpetear de la cola de Pastor cuando atravesaban los rosales, todos llenos de rosas rojas, o hacían un alto a la vera del río, con sus aguas azules, para calmar la sed. Diego parecía rodeado de una orquesta que le indicaba el camino a seguir según el color que se encontraban. No había pasado mucho tiempo cuando Padilla, Pastor, Mario y Jacobo se detuvieron y como guiados por un director de orquesta ejecutaron todos al unísono su parte melódica para indicarle a Diego que habían encontrado un lugar con todos los colores que el caballito había descrito. Padilla chocaba fuertemente las nueces entre sí porque vio las amapolas naranjas y el establo amarillo; Pastor golpeaba ávidamente el suelo con su cola porque reconoció la cerca azul y el rosa del atardecer que ya caía sobre ellos; Mario trinó con más brío cuando vio un ejército de mariposas púrpuras volando por todos lados, alrededor de muchos cipreses verdes y Jacobo dio un aullido estremecedor cuando vio acercarse una yegua zaina en veloz carrera. Diego quedó maravillado con el sonido de sus amigos, no se dio cuenta de que había llegado a su destino hasta que escuchó la voz de su madre llamándolo. “Diego, hijo mío, has vuelto” y enseguida una lengua suave acarició su cabeza. Aunque realmente no podía ver, supo que estaba en su casa porque pudo reconocer cada color de su granja a través de los sonidos de sus nuevos amigos. No cesaron de tocar sus melodías y el regreso se convirtió en un jolgorio en la granja porque los otros animales también lo celebraron: Tito el Cerdito, la  Gallina Adelina y el Conejo Alejo se unieron a la fiesta bailando y brincando al son de la música de Padilla, Pastor, Mario y Jacobo. Jugaron a escuchar los colores y todos cerraron los ojos para no competir con ventajas y cada vez que alguno de los animales del campo que trajeron sano y salvo a Diego a casa tocaba una melodía, los otros animales decían colores al azar, pero sólo Diego pudo adivinar todos los colores, porque aprendió a escucharlos. Todo era felicidad, pero faltaba una cosa...Diego seguía ciego y tenía muchas ganas de recuperar la vista. Se entristeció al pensar que nunca más volvería a ver. Mario el Canario se dio cuenta de que no estaban todos los colores y pensó que tal vez si lo añadían podía ayudarlo, así que fue hasta las orejas de la Zaina Zarina y le dijo:
-“Zaina Zarina, tú que eres la madre de Diego, representas el amor y sabemos que por muchos siglos el amor ha sido representado por el color rojo, pero como en este caso se trata de la pureza que viene implícita en el amor de madre, tú serás el color blanco y cantarás una melodía para que Diego asocie su sonido al color”.
La zaina Zarina empezó a emitir un arrullo suavecito, casi un susurro. Era la canción de nana que le cantaba a su hijo recién nacido para dormirlo. Poco a poco se le fue acercando y con su lengua limpió sus ojos sucios de tierra. Cuando terminó de limpiarlos, Diego exclamó en voz alta: “Ya veo, ya veo, el color blanco me devolvió la vista”.
-No Diego – dijo el canario – fue la canción de tu madre.

Diego y su madre cruzaron sus cuellos en un abrazo que duró horas y horas, mientras que los otros animales siguieron jugando, los del campo tocaban sus melodías y los de la granja se tapaban los ojos con sus patas y sus alas para adivinar los colores. Y fue así que un caballito aprendió que los colores tienen sonidos y que con un poco de imaginación podremos todos escuchar a los colores. Diego, el caballito ciego me enseñó a escuchar el sonido de los colores.

sábado, 7 de octubre de 2017

Cracovia una belleza bien conservada

Así como existe una sana "rivalidad" entre Madrid y Barcelona por ser la urbe más cosmopolita o, más humildemente, entre Málaga y Sevilla, de igual forma existe en Polonia esa rivalidad entre Varsovia y Cracovia. En el año 1038 Casimiro I el Renovador, hizo de la ciudad de Cracovia su sede, pasando a ser la capital de Polonia hasta 1596, fecha en que Segismundo III Vasa trasladó la capital a Varsovia, naciendo de este modo la rivalidad entre cracovianos que vieron como su ciudad perdió la importancia que hasta entonces tenía y varsovianos que recibieron con júbilo el nuevo cambio de capitalidad. El hecho de que el poder económico se fuera desplazando paulatinamente hacia Poznan, al norte del país (ciudad a la que no fui en esta oportunidad pero la tengo pendiente de visitar porque me dijeron que es un sitio espectacular), por un lado, y, por otro, la ansiada búsqueda de una salida al mar Báltico por la Pomerania, contribuyeron a que en 1596 el rey Segismundo III Vasa trasladase la capital más hacia el centro, de Cracovia a Varsovia.

Cracovia, a diferencia de Varsovia, no sufrió el ataque devastador que sufrió la actual capital polaca, en parte porque fue una ciudad que los nazis ocuparon sin ningún tipo de resistencia y en parte porque nunca fue bombardeada por los aliados, los alemanes la abandonaron rápidamente ante la inminente llegada de los rusos. Por lo que ha podido preservar magníficamente su legado histórico y arquitectónico.

Me hospedé en el hotel Rezydent, en pleno centro histórico de la ciudad, hago la advertencia de que es un hotel tres estrellas, de construcción antigua y conformado por tres edificios con entradas laberínticas y escaleras que en algunos tramos son alargadas y en otros en forma de caracol. Dos de los tres edificios no tienen ascensor y adivinen que? Pues me tocó la habitación en la última planta de uno de los edificios sin ascensor. Una de las razones por las que tuve maratónicas caminatas durante todos los días fue para evitar en lo posible subir a la habitación. Me di cuenta que no estaba en forma (que si lo reconozco), que me daba flojera subir (que también lo reconozco), pero quería evitar las palpitaciones a cien, los calambres en las piernas y la sensación de ahogo apenas llegaba a la segunda planta. Las dos restantes eran un verdadero vía crucis que me hacía llegar casi arrastrándome (tal vez exagero un poco, pero de que hice ejercicios cardiovasculares sin quererlo ni pedirlo, nadie me lo puede quitar). 
Iglesia de Santa María

Como tenía el centro histórico a mano fue lo primero que visité. El centro histórico está dividido en tres zonas: la Plaza del Mercado, la ciudad medieval y el barrio de Kaziemiers (lugar donde se asentaron los judíos antes de la IIWW). La plaza del mercado es considerada como una de las más grandes de Europa y allí alberga, entre otras edificaciones la Iglesia de Santa María una de las construcciones más importantes de Cracovia. Esta iglesia posee dos leyendas que los guías venden como verdaderas (bueno y si uno revisa los libros de historias también se hablan de ellas, pero no garantizan su veracidad). Uno, que una torre de la iglesia es más alta que la otra debido a que esta iglesia fue construida por dos hermanos arquitectos y en su rivalidad por ver quien hacía la torre más alta y en menos tiempo, uno de ellos terminó asesinando al otro para ganar la apuesta. La otra leyenda que han convertido en tradición es que desde lo alto de una de las torres un trompetista (que es un miembro del cuerpo de bomberos) sale a cada hora exacta a tocar una melodía para celebrar el toque de trompetas que en su momento un valiente caballero tocó en señal de alarma ante la inminente invasión de los bárbaros. El hombre recibió un flechazo que le atravesó el cuello impidiéndole terminar la melodía y es por eso que al tocarla hoy en día, el trompetista termina abruptamente en homenaje al momento en que el valiente caballero recibió el mortal flechazo. 


Torre del Ayuntamiento
Iglesia de San Adalberto
Otras atracciones que se encuentran en la plaza del mercado es precisamente el mercado que le da nombre a la plaza ubicado en una edificación llamada Lonja de los Paños, un edificio de estilo renacentista con planta rectangular rodeado de arcadas construído en el siglo XVI. La primera planta es hoy en día un mercadillo y la planta subterránea un museo de historia (a este último no entré por falta de tiempo). También está la iglesia de San Adalberto una de las más antiguas de Polonia con casi mil años de historia y la Torre del Ayuntamiento, una torre de estilo gótico, del S. XII y que actualmente es parte del Museo de historia de Cracovia.
Panorámica de la Plaza del Mercado


Más allá de la Plaza del Mercado está la Puerta de San Florián, la antigua entrada a la ciudad medieval y la Barbacana, una estructura defensiva circular construida en ladrillos y situada en la parte exterior de la muralla de San Florián, siendo un punto de control para todos aquellos que querían acceder a la antigua ciudad.

Del lado contrario a la muralla y a la barbacana está una calle principal que te lleva a la ciudad medieval de Wawel donde están el Palacio y la Catedral. Asentada en lo alto de una colina desde donde se puede contemplar el río Vístula y parte de la ciudad al otro lado del río. Lamentablemente, por falta de tiempo y tomando decisiones que luego no resultan tan acertadas, decidí dejar de lado esta visita porque tenía las excursiones a los campos de concentración y a las minas de sal que ocuparon la mayor parte de mi tiempo en Cracovia y una de las pocas cosas que deseaba hacer era, además del centro histórico, ir a la Fábrica de Schindler, recorrer el antiguo gueto judío y buscar las locaciones de la película La lista de Schindler que tiene a Cracovia como escenario. 


Iglesia de San Pedro y San Pablo
En esta calle principal que va hacia la ciudad medieval, el único sitio que visité fue la Iglesia de San Pedro y San Pablo. Es la iglesia de mayor tamaño del centro de Cracovia, por lo que es usada frecuentemente como sala de conciertos de música clásica (no olvidar que Polonia tiene gran tradición de música clásica porque uno de los grandes de la música renacentista como lo fue Frédéric Chopin es polaco). Lo que me llamó la atención de esta iglesia es su fachada adornada con las estatuas de los 12 apóstoles realizadas originalmente en 1722, aunque luego me enteré que debido a la erosión de la piedra, las estatuas originales fueron sustituidas por copias en piedra caliza que son las que actualmente el turista puede contemplar.









Aprendiz de rabino estudiando la Torá
Como manda la tradición tuve que usar una kipá
para entrar a la sinagoga y al cementerio.
Y la otra parte del centro histórico es el barrio de Kazimiers (Casimiro en cristiano), donde se asentaron los judíos antes de ser transportados al gueto ubicado al otro lado del río Vístula (de este gueto quedan sólo la plaza y unos trozos pequeños del muro, el resto fue destruido). Lo interesante de esta zona son sus múltiples sinagogas, incluyendo la Vieja Sinagoga que hoy día es un museo de historia judía (como había entrado en Varsovia a uno, de este pasé de largo), el cementerio judío y algunas casas de personajes relevantes que vivieron su infancia allí pero que luego salieron de Polonia y se convirtieron en grandes empresarios como Helena Rubinstein o Max Faktorowicz (o lo que es lo mismo Max Factor). Es curioso que para ser una ciudad en donde no hay casi judíos habitando en ella, existan 6 sinagogas grandes (yo visité dos de ellas la Sinagoga de Isaac y la de Remuh ubicada en el cementerio judío). También es cierto que no todas están activas, algunas se usan como museos y otras simplemente el turista paga para entrar. 

Dos de los cuatro días los dediqué a las excursiones a los campos de concentración y a las minas de sal, las cuales comenté ampliamente en mi perfil de facebook. Así que aquí no lo voy hacer, sólo los remito a mi perfil de facebook para que revisen los álbumes fotográficos.


Plaza Bohaterów
El último día lo dediqué a caminar por el antiguo gueto y entrar a la Fábrica de Schindler (es curioso aunque se trata de un museo, si preguntas por el museo Schindler no te saben decir donde está, tienes que preguntar por Schindler´s factory para que te indiquen donde queda). Aunque me decepcionó un poco porque me imaginaba que estaría dedicado en su totalidad al trabajo que se hacía allí en la época de Oskar Schindler (y aunque hay una pequeña sección, la mayor parte de la exposición estuvo dedicada a la invasión alemana a Cracovia). Luego caminé por los alrededores, pasé por la plaza Bohaterów, plaza principal del gueto y donde se seleccionaba a los judíos que iban a ser transportados a los campos de concentración. En esta plaza se encuentra el monumento de las sillas, un homenaje de Roman Polanski (él fue prisionero en el gueto cuando era niño) para recordar a los judíos que tuvieron que irse de sus casas con sus pertenencias a cuestas. En la misma plaza está la Farmacia del Águila, única farmacia del gueto durante la ocupación y lugar de refugio de muchos judíos.






Muro del gueto en la calle Limanowskiego 62.
Es un parque ubicado en el patio trasero de un edificio.
La entrada es libre


Y aunque no es uno de los lugares más visitados porque se ofrece poca información al respecto, para mí el punto más interesante de Podgorze (que así se llama el barrio donde estuvo el gueto) son los restos del muro que se encuentran en las calles Lwowska 25 y en Limanowskiego 62.



Muro del gueto en la calle Lwowska 25.
Normalmente es el muro que los turistas visitan porque está en plena avenida.




 Una de las locaciones de la Lista de Schindler fue este viejo edificio residencial, cuando la mamá de Danka baja las escaleras y se encuentra con un amiguito de su hija que no la reconoce en un primer momento y pita llamando a los soldados nazis. Luego, al reconocerla, le pide que se esconda detrás de las escaleras, así como hace este turista y despista a los soldados que acudieron a su llamado.



Otras de las curiosidades que me llamó la atención fueron los magníficos vitrales del pintor, arquitecto, ebanista y dramaturgo polaco  Stanisław Wyspiański, realizadas entre 1895 y 1897, consideradas un eslabón entre el arte provinciano de Cracovia y la vanguardia estética de su época. Lo curioso de estos vitrales es que fueron pedidos por la Iglesia franciscana de Cracovia y al descubrir que se "satanizaba" a la muerte, a Dios y al rey de Polonia, se rechazaron y devolvieron a su autor. Estas obras estuvieron ocultas durante mucho tiempo hasta que alguien las redescubrió y las ofreció nuevamente a la iglesia. Se colocaron por ser obras de incalculable valor (ya su autor había fallecido) y con la condición de que no pudieran verse de día. Y así es, de día pasan desapercibidas por completo, pero al llegar la noche la iluminación que proviene del interior proyecta cada vitral con una belleza incomparable y admirable policromía y movimiento que no te das cuenta del verdadero rostro de los personajes hasta que lo detallas fijamente.

Varsovia una ciudad que sorprende

Desde hacía tres años no compartía ningún relato ni tampoco ninguna crónica de los viajes que he hecho. Trataré de ponerme al día con ello. En mi perfil de facebook publiqué recientemente tres álbumes de fotos del último viaje que hice. Comenté sobre los campos de concentración en Cracovia, de los héroes judíos en la polonia hitleriana y de las minas de sal, un patrimonio único que muestran con orgullo los polacos, pero no les hablé (aunque si comenté someramente) sobre las dos ciudades que visité y mi visión de ellas. Aquí trataré de hacer un resumen de ese viaje. 

Polonia no es un sitio que muchos dirían voy a visitar, más que nada porque la gente desconoce el progreso económico y el crecimiento que como ciudad ha tenido en los últimos años. Hasta hace poco Varsovia era una ciudad gris y en proceso de reconstrucción y la mala visión que tienen de la capital algunas personas (tengo varios amigos polacos que han huído de la crisis económica de su país y sus recomendaciones no son muy favorables) opaca cualquier belleza de otras ciudades "si la capital está como está, imagínate como serán las otras ciudades", decían. Pero luego de este viaje, les he invitado a regresar, aunque sea como turistas, a su país. Creo que no hay peor publicidad que se le pueda dar a un sitio turístico que los mismo lugareños hablen mal de él. 

Reconozco que mi mayor interés fue visitar los campos de concentración y la curiosidad que me despertó una ciudad como Cracovia que, al verla en un reportaje televisivo, me hizo recordar otras ciudades medievales europeas que he visitado. Así que me propuse ir a Polonia a cumplir mi deseo de ver in situ un campo de concentración y, de paso, echarle una mirada a la ciudad. Mi primera grata sorpresa fue que como destino turístico es un viaje que sale barato. El cambio de euros a zlotys te favorece un montón. Así que decidí no sólo ir a Cracovia, sino también a Varsovia por aquello de que es la capital del país y a mi entender debe ofrecer algo más que una ciudad reconstruida. 

El plan fue dos noches en Varsovia y tres en Cracovia y en ambas ciudades me quedé corto. Mi primera parada fue la capital. Y mi primera impresión fue buena. Un aeropuerto grande, servicios de transporte excelente (aunque yo había reservado un transfer por si acaso), infraestructuras modernas y una vida cosmopolita que quizás uno piense se ve únicamente en grandes urbes. Pero Varsovia la tenía y la disfruté plenamente. Lo único malo y es un llamado de atención, el servicio al público no es muy bueno, caras largas, muy serias y poco amables y lo pude ver en muchos de los establecimientos en los que entré ya sea a comer o a comprar. Aún los polacos tienen esa asignatura pendiente que espero superen pronto.

Varsovia es una ciudad totalmente reconstruida, no tiene nada original (muy poquitas cosas son originales). En la IIWW fue arrasada (yo diría que castigada) por completo por culpa de los nazis y después se convirtió en una ciudad comunista por culpa de los rusos. Quizás de allí viene su fama de ciudad gris y la amargura de mucha de su gente. Pero como el ave fénix comenzó un proceso de reconstrucción en la década de los 70 que poco a poco la ha ido llenando de vida. Sus lugareños se propusieron cambiar la injusta fama adquirida y convertirla en una preciosa reproducción de lo que fue en siglos pasados, a tal punto que su centro histórico fue declarado en los 80 como Patrimonio de la Humanidad por ser "ejemplo único de reconstrucción prácticamente total del conjunto de un patrimonio arquitectónico histórico de los siglos XIII a XX". Ese fue uno de los méritos que vi en la ciudad, el amor de la población hacia su ciudad y sus deseos de convertir a Varsovia en lo que en realidad fue en el pasado.

El centro histórico de Varsovia (Stare Miasto) es el barrio más antiguo de la ciudad. Está limitado por Wybrzeże Gdańskie, a lo largo del río Vístula y por las calles GrodzkaMostowa y Podwale. Es uno de los atractivos turísticos más importantes de Varsovia.



Plaza central de Varsovia donde se ve el Palacio Real y la columna de Segismundo III, uno de los reyes polacos que trajo modernidad a la ciudad de Varsovia en el S. XVI.









Iglesia de Santa Ana uno de los edificios religiosos más ornamentados de la ciudad, con una decoración interior de estilo barroco en tonos dorados. La iglesia original se construyó en el siglo XV, pero la estructura que vemos en la actualidad data de la década de 1770.






Vista desde la habitación del hotel (estaba en el piso 21) de una rotonda bellamente ornamentada. Lo curioso era el cruce de coches y tranvías. Me pareció uno de los sitios más llamativos del lugar.




Esta en una de las edificaciones más altas que hay en Varsovia, se dice que fue un regalo envenenado del gobierno ruso para que los polacos nunca olviden su pasado comunista. Hoy en día alberga diferentes asociaciones culturales y en el punto más alto hay un mirador desde donde se ven los cuatro puntos cardinales de la ciudad.





A lo largo del centro de la ciudad se pueden ver edificaciones de estilo victoriano que le dan un toque de singularidad.







Este fuerte medieval servía como protectorado de la ciudad ante las invasiones bárbaras. Cuentan que lo poco que quedó en pie después de la IIWW fue desmantelado ladrillo a ladrillo y utilizado para otras obras, cuando se propuso la idea de reconstruirlo, buscaron esos ladrillos esparcidos por distintos puntos de la ciudad y los juntaron de nuevo y completaron la edificación con ladrillos similares.


Una de las pocas edificaciones originales que se conservan en Varsovia











 También hay que hacer mención a la gastronomía polaca, la típica sopa Zurek.


Y los Pierogi Ruski (estos eran cocidos, mejor son los fritos)










Las dos noches no dieron para mucho, me quedé con ganas de más. En este viaje a Varsovia también visité el Museo Judío, un estupendo lugar interactivo que te cuenta la historia de la llegada del pueblo judío a Polonia allá por el S. XVII que la convirtieron en el país europeo que más habitantes judíos albergó en su seno, hasta el ya desafortunado holocausto. A tal punto fue la aniquilación de este pueblo en Polonia que, luego de convertirse en una sucursal de los judíos, hoy en día apenas tiene una colonia pequeña que según dicen los guías no pasa de 600 habitantes. 

miércoles, 4 de octubre de 2017

Luces primaverales
Relato publicado en La primavera la sangre altera II, Diversidad Literaria 2015
Por: Salvador Nania

Andrés se zafó de la mano de Miguel, volteó hacia el horizonte. el Sol estaba ocultándose y un manto rosa cubría el cielo. La primavera refrescaba la incipiente noche. Se alejó y, cuando estuvo a punto de desaparecer de la vista de Miguel, le gritó "uno de enamora de la persona equivocada porque precisamente es la persona equivocada".
La vecina de la felpa oscura 
Relato publicado en Mi afición desmedida por lo inútil, Sevilla 2010.
Por: Salvador Nanía


Querida extraña:

            Ayer  el olor de su perfume impregnó el largo pasillo que separa mi puerta de su puerta.  Estuve dando tumbos, embriagado por el aroma penetrante  de rosa y canela que me envolvía y me hacía dirigir la mirada al fondo del corredor. No sabía si entraba o salía, si su menuda figura se hallaba dentro de esas cuatro paredes que la atrapaban privándola de libertad. Corrí a mi casa desesperado para asomarme discretamente por la ventana del salón y salir de mis dudas. No encendí la luz, como siempre, esperaba a la sombra cualquier movimiento suyo, cualquier indicio que me dijera si estaba o no en su jaula. Esperé varios segundos que se hicieron minutos, quizá horas, el tiempo parece ponerse en mi contra, se alarga y se extiende sin misericordia, haciéndome sufrir la soledad de no verla.
            Quisiera contarle sobre mi, mi vida, mis gustos, mis aficiones. Quisiera invitarla a mi casa a tomar el café de la tarde y ofrecerle unas sabrosas galletitas de almendra que siempre compro en el supermercado de la esquina, el mismo supermercado donde la espío dos veces por semana, siguiendo sus pasos detalladamente. Donde ha estado, estoy yo después para saber lo que compra, lo que le gusta para también comprarlo y ofrecérselo cuando me lo permita.  Quisiera que me dijera su nombre para susurrarlo todos los días en un cántico de alegría antes de salir a trabajar. Quisiera llevarme conmigo la historia de su vida para apoyarme en ella cuando me sienta desvalido ante las burlas de mis compañeros de trabajo, porque consideran que soy raro por disfrutar de mi soledad ¿Cuándo empecé a sentir esto? Yo mismo no lo sé, solo se que empezó de a poquito y, poquito a poquito, me embrujó, hechizó, eclipsó. No se cómo explicárselo, es difícil definir con palabras los sentimientos.
            Haciendo memoria, la primera vez que sentí el típico cosquilleo de los adolescentes fue cuando la vi asomada en su terraza. Llevaba puesto un pijama de algodón muy ajustado y la luz de la luna reflejaba sobre la pared el contorno perfecto de su figura. Hacía ejercicios con unas pequeñas mancuerdas que levantaba a la vez, extendiendo sus brazos como si estuviera a punto de alzar vuelo. Me fijé en su sombra más que en su persona y puse en ella la mirada melancólica con la que la recuerdo en el único instante que pudimos cruzar nuestras miradas ¿Se acuerda de ese momento? Yo no lo recordaba hasta que vi su sombra. Estaba usted esperando el ascensor para subir y yo salí de él abruptamente tropezándome con su hombro, me miró unos instantes y se metió sin mediar palabras ni darme la oportunidad de disculparme. Creo que tenía prisa, yo también la tenía pero pude fijarme en su rimel corrido, sus ojos parecían dos extensiones planas de sus ojeras. Me quedé viendo la puerta cerrada del ascensor esperando a que se abriera y usted saliera de él para decirle lo siento.  Por supuesto, no ocurrió y yo seguí mi camino pero su mirada me acompañó a lo largo del día, botando en mi cerebro como una pelota ligera que si la lanzas con fuerza se hace casi imposible atraparla.
            Pasaron los días y esa escena quedó relegada a un oscuro rincón de mi mente, el lugar donde suelo meter los malos momentos o los recuerdos sin importancia, pero no crea que ese fugaz encuentro fue malo o me dejó indiferente, solo que no sabía de su importancia hasta verla en su terraza. Le dije que llevaba el pijama ajustado, pero también llevaba el pelo recogido con una felpa oscura, lo que me permitió ver su cuello y las líneas que enmarcan su rostro. Su móvil sonó e interrumpió su sesión de ejercicios para atenderlo. Esta vez sonreía y al recordar la escena del ascensor me alegró saber que en ese momento no sufría. Se movía de un extremo a otro pasando su mano con suavidad por el filo de la baranda, limpiándola tal vez del polvo que la invadió durante el día. No pude evitar mantenerme observándola, primero descaradamente con las cortinas subidas y la luz encendida y luego, cuando usted  alargaba su permanencia en ese pequeño recinto externo, sentí vergüenza de ser pillado, más que vergüenza miedo a que me descubriera y yo no pudiera explicarle mi comportamiento. Cerré las cortinas, dejando un pequeño espacio para observarla y apagué la luz para evitar que mi sombra me delatara. Usted seguía allí en su terraza, apoyándose del barandal con una sonrisa cómplice. De cuando en cuando se hacía pequeños tirabuzones con su dedo índice en uno de los mechones que sobresalían de  la felpa y yo alargaba mi mano y acariciaba la pared imaginándome que era su pelo. La seguía con mi mirada y usted insistía en atormentarme permaneciendo en su terraza, a veces quieta, a veces caminando de un lado a otro, pero siempre con su sonrisa y su móvil pegado a la oreja.
            Es interesante saber como es el comportamiento humano, cambiamos de gustos, de rutinas sin proponérnoslo,  solo por  el placer de experimentar algo nuevo.  Quizá estaría tan aburrido que me fijé en usted como una nueva rutina de vida. No quería reconocer en ese entonces que me había enamorado y he permitido que ese sentimiento haya crecido de tal forma que necesito liberarme de él porque está haciendo amargo mis días y tristes mis noches. Muerto el perro, se acabó la rabia … pero no se asuste no quiero hablar de muerte solo de olvido.
            ¿Le he dicho que la sigo hasta el supermercado? Cuando no tengo el placer de seguirla, me asomo a la ventana todas las noches esperando a poder verla. A veces tiene la cortina corrida y solo alcanzo a ver las sombras de su perfecta figura al trasluz, moviéndose de un lado a otro. Me la imagino sentada en su comedor degustando una rica comida o simplemente tirada en el puff de cuero negro que he visto que tiene, disfrutando de una película en la televisión. Me gustaría ser yo el que la alimentara con los suculentos platillos que sé cocinar o entreteniéndola con mi alegre conversar, o al menos eso es lo que dice mi madre cuando me visita todas las noches en sueños.
            Por fin vi movimiento en su casa, sigo agazapado a la espera y mi paciencia dio resultados. Pude ver una tenue luz que iluminaba su salón. Me alegró saber que entraba en su casa. Pero no entró sola, un hombre vestido de traje oscuro se sentó en el sofá crema que distingo desde mi ventana y usted con un andar sugerente le ofreció una copa de vino tinto. Él se la aceptó y le acarició el brazo y poco a poco sus dedos subieron hasta su hombro y luego tocó su rostro con una caricia que apuñaló mi estómago. Mi alegría se convirtió en tristeza abruptamente y de la tristeza pasé a la rabia y de la rabia a la ofensa. ¿Cómo era posible que usted me pagara con esa moneda? Si me mantuve intacto para usted desde el día que decidí amarla en silencio, lo menos que usted  podía hacer era mantenerse intacta para mí y esperar el momento en que yo pudiera tocar a su puerta y declararle mi amor. Esperé, con el corazón latiéndome a mil por horas y rogando a que no cometiera traición. Pero entonces la vi sonreír de la misma forma como lo hizo cuando estuvo hablando por el móvil en su terraza con el pijama ajustado y la felpa oscura y me di cuenta que esa persona era el objeto de su alegría. Maldita sea, sin conocerla la odio porque me roba el momento que he soñado durante tantos días. Me ha hecho sentir como un tonto.
            Observaba la escena como una mala película de amor, cuyo objetivo era satisfacer los instintos  primarios de los protagonistas. Un “Nueve Semanas y Media” en vivo, solo que sin la desagradable parte de las frutas y el hielo. Aún pude oír las notas de “You can leave your hat on” sospechando que ustedes también las escuchaban y se movían al son de sus acordes. Vi como la empujó al sofá del salón y se abalanzó sobre usted sin otra caricia que sus insaciables manos rodeándola como pulpo, enredándola, atrapándola sin más escapatoria que la sumisión. La copa de vino rodó por el suelo y pareció no importarle la mancha roja que apareció en el tapete. Sentí que luchaba por desprenderse de él y eso me alegró, pero enseguida hiciste rendición y te dejaste envolver no solo por sus brazos, sino también por sus besos. En mala hora me embrujaste. Ahora lo tenía todo perdido. Mi inocencia, mi falta de malicia, mi idolatría hacia usted se había ido al garete.
            Puedo darle un parte detallado de lo que pasó ayer por la noche, pero no quiero recordarlo. No quiero recordar que después de verlos retozar sus cuerpos alegremente, sin importarles que las cortinas estaban abiertas y ustedes expuestos a las miradas lascivas de los vecinos, sintiéndose libres de la vergüenza de saberse observados, vino la oscuridad y en la oscuridad retumbaron sus quejidos acompasados, unos graves y otros agudos, hasta unirse en un cántico final demoledor que martillaron mis oídos durante toda la noche.
            Hoy le escribo esta carta y no es una carta de confesiones sino de declaraciones. De declarar mi amor por usted aunque no lo merezcas, aunque no lo merezca. De declarar que tomé la decisión de vengarme, aunque no sabía exactamente cómo hasta que lo tuve frente a frente esta mañana al salir del edificio y lo seguí hasta un callejón dos calles más abajo. De declarar que me vi a mi mismo como un títere bailando al son de su comparsa. Mujer cruel e infiel. Si tan solo me hubiera dado la oportunidad de disculparme aquel día, la historia hubiera cambiado y yo no hubiera tenido la necesidad de escribirle esta carta ni de tomar venganza.

            Mañana será otro día y el nuevo día traerá muchas dudas y también mucho dolor. Querrá saber lo que pasó. No concluyo esta carta que algún día le enviaré porque en mi no encontrará respuestas, sólo una lacónica tristeza que me acompañará allá por donde vaya y no quiero hacerla sentir más culpable de lo que ya es. La dejaré ansiosa, desolada y desesperada y antes de partir la espiaré otra vez desde mi ventana y la veré nuevamente con su pijama ajustado y su felpa oscura, buscando entre lágrimas amargas las crónicas de sucesos de los periódicos para encontrar algún indicio que le explique sin consolarla cómo y por qué sucedió.