miércoles, 4 de octubre de 2017

La vecina de la felpa oscura 
Relato publicado en Mi afición desmedida por lo inútil, Sevilla 2010.
Por: Salvador Nanía


Querida extraña:

            Ayer  el olor de su perfume impregnó el largo pasillo que separa mi puerta de su puerta.  Estuve dando tumbos, embriagado por el aroma penetrante  de rosa y canela que me envolvía y me hacía dirigir la mirada al fondo del corredor. No sabía si entraba o salía, si su menuda figura se hallaba dentro de esas cuatro paredes que la atrapaban privándola de libertad. Corrí a mi casa desesperado para asomarme discretamente por la ventana del salón y salir de mis dudas. No encendí la luz, como siempre, esperaba a la sombra cualquier movimiento suyo, cualquier indicio que me dijera si estaba o no en su jaula. Esperé varios segundos que se hicieron minutos, quizá horas, el tiempo parece ponerse en mi contra, se alarga y se extiende sin misericordia, haciéndome sufrir la soledad de no verla.
            Quisiera contarle sobre mi, mi vida, mis gustos, mis aficiones. Quisiera invitarla a mi casa a tomar el café de la tarde y ofrecerle unas sabrosas galletitas de almendra que siempre compro en el supermercado de la esquina, el mismo supermercado donde la espío dos veces por semana, siguiendo sus pasos detalladamente. Donde ha estado, estoy yo después para saber lo que compra, lo que le gusta para también comprarlo y ofrecérselo cuando me lo permita.  Quisiera que me dijera su nombre para susurrarlo todos los días en un cántico de alegría antes de salir a trabajar. Quisiera llevarme conmigo la historia de su vida para apoyarme en ella cuando me sienta desvalido ante las burlas de mis compañeros de trabajo, porque consideran que soy raro por disfrutar de mi soledad ¿Cuándo empecé a sentir esto? Yo mismo no lo sé, solo se que empezó de a poquito y, poquito a poquito, me embrujó, hechizó, eclipsó. No se cómo explicárselo, es difícil definir con palabras los sentimientos.
            Haciendo memoria, la primera vez que sentí el típico cosquilleo de los adolescentes fue cuando la vi asomada en su terraza. Llevaba puesto un pijama de algodón muy ajustado y la luz de la luna reflejaba sobre la pared el contorno perfecto de su figura. Hacía ejercicios con unas pequeñas mancuerdas que levantaba a la vez, extendiendo sus brazos como si estuviera a punto de alzar vuelo. Me fijé en su sombra más que en su persona y puse en ella la mirada melancólica con la que la recuerdo en el único instante que pudimos cruzar nuestras miradas ¿Se acuerda de ese momento? Yo no lo recordaba hasta que vi su sombra. Estaba usted esperando el ascensor para subir y yo salí de él abruptamente tropezándome con su hombro, me miró unos instantes y se metió sin mediar palabras ni darme la oportunidad de disculparme. Creo que tenía prisa, yo también la tenía pero pude fijarme en su rimel corrido, sus ojos parecían dos extensiones planas de sus ojeras. Me quedé viendo la puerta cerrada del ascensor esperando a que se abriera y usted saliera de él para decirle lo siento.  Por supuesto, no ocurrió y yo seguí mi camino pero su mirada me acompañó a lo largo del día, botando en mi cerebro como una pelota ligera que si la lanzas con fuerza se hace casi imposible atraparla.
            Pasaron los días y esa escena quedó relegada a un oscuro rincón de mi mente, el lugar donde suelo meter los malos momentos o los recuerdos sin importancia, pero no crea que ese fugaz encuentro fue malo o me dejó indiferente, solo que no sabía de su importancia hasta verla en su terraza. Le dije que llevaba el pijama ajustado, pero también llevaba el pelo recogido con una felpa oscura, lo que me permitió ver su cuello y las líneas que enmarcan su rostro. Su móvil sonó e interrumpió su sesión de ejercicios para atenderlo. Esta vez sonreía y al recordar la escena del ascensor me alegró saber que en ese momento no sufría. Se movía de un extremo a otro pasando su mano con suavidad por el filo de la baranda, limpiándola tal vez del polvo que la invadió durante el día. No pude evitar mantenerme observándola, primero descaradamente con las cortinas subidas y la luz encendida y luego, cuando usted  alargaba su permanencia en ese pequeño recinto externo, sentí vergüenza de ser pillado, más que vergüenza miedo a que me descubriera y yo no pudiera explicarle mi comportamiento. Cerré las cortinas, dejando un pequeño espacio para observarla y apagué la luz para evitar que mi sombra me delatara. Usted seguía allí en su terraza, apoyándose del barandal con una sonrisa cómplice. De cuando en cuando se hacía pequeños tirabuzones con su dedo índice en uno de los mechones que sobresalían de  la felpa y yo alargaba mi mano y acariciaba la pared imaginándome que era su pelo. La seguía con mi mirada y usted insistía en atormentarme permaneciendo en su terraza, a veces quieta, a veces caminando de un lado a otro, pero siempre con su sonrisa y su móvil pegado a la oreja.
            Es interesante saber como es el comportamiento humano, cambiamos de gustos, de rutinas sin proponérnoslo,  solo por  el placer de experimentar algo nuevo.  Quizá estaría tan aburrido que me fijé en usted como una nueva rutina de vida. No quería reconocer en ese entonces que me había enamorado y he permitido que ese sentimiento haya crecido de tal forma que necesito liberarme de él porque está haciendo amargo mis días y tristes mis noches. Muerto el perro, se acabó la rabia … pero no se asuste no quiero hablar de muerte solo de olvido.
            ¿Le he dicho que la sigo hasta el supermercado? Cuando no tengo el placer de seguirla, me asomo a la ventana todas las noches esperando a poder verla. A veces tiene la cortina corrida y solo alcanzo a ver las sombras de su perfecta figura al trasluz, moviéndose de un lado a otro. Me la imagino sentada en su comedor degustando una rica comida o simplemente tirada en el puff de cuero negro que he visto que tiene, disfrutando de una película en la televisión. Me gustaría ser yo el que la alimentara con los suculentos platillos que sé cocinar o entreteniéndola con mi alegre conversar, o al menos eso es lo que dice mi madre cuando me visita todas las noches en sueños.
            Por fin vi movimiento en su casa, sigo agazapado a la espera y mi paciencia dio resultados. Pude ver una tenue luz que iluminaba su salón. Me alegró saber que entraba en su casa. Pero no entró sola, un hombre vestido de traje oscuro se sentó en el sofá crema que distingo desde mi ventana y usted con un andar sugerente le ofreció una copa de vino tinto. Él se la aceptó y le acarició el brazo y poco a poco sus dedos subieron hasta su hombro y luego tocó su rostro con una caricia que apuñaló mi estómago. Mi alegría se convirtió en tristeza abruptamente y de la tristeza pasé a la rabia y de la rabia a la ofensa. ¿Cómo era posible que usted me pagara con esa moneda? Si me mantuve intacto para usted desde el día que decidí amarla en silencio, lo menos que usted  podía hacer era mantenerse intacta para mí y esperar el momento en que yo pudiera tocar a su puerta y declararle mi amor. Esperé, con el corazón latiéndome a mil por horas y rogando a que no cometiera traición. Pero entonces la vi sonreír de la misma forma como lo hizo cuando estuvo hablando por el móvil en su terraza con el pijama ajustado y la felpa oscura y me di cuenta que esa persona era el objeto de su alegría. Maldita sea, sin conocerla la odio porque me roba el momento que he soñado durante tantos días. Me ha hecho sentir como un tonto.
            Observaba la escena como una mala película de amor, cuyo objetivo era satisfacer los instintos  primarios de los protagonistas. Un “Nueve Semanas y Media” en vivo, solo que sin la desagradable parte de las frutas y el hielo. Aún pude oír las notas de “You can leave your hat on” sospechando que ustedes también las escuchaban y se movían al son de sus acordes. Vi como la empujó al sofá del salón y se abalanzó sobre usted sin otra caricia que sus insaciables manos rodeándola como pulpo, enredándola, atrapándola sin más escapatoria que la sumisión. La copa de vino rodó por el suelo y pareció no importarle la mancha roja que apareció en el tapete. Sentí que luchaba por desprenderse de él y eso me alegró, pero enseguida hiciste rendición y te dejaste envolver no solo por sus brazos, sino también por sus besos. En mala hora me embrujaste. Ahora lo tenía todo perdido. Mi inocencia, mi falta de malicia, mi idolatría hacia usted se había ido al garete.
            Puedo darle un parte detallado de lo que pasó ayer por la noche, pero no quiero recordarlo. No quiero recordar que después de verlos retozar sus cuerpos alegremente, sin importarles que las cortinas estaban abiertas y ustedes expuestos a las miradas lascivas de los vecinos, sintiéndose libres de la vergüenza de saberse observados, vino la oscuridad y en la oscuridad retumbaron sus quejidos acompasados, unos graves y otros agudos, hasta unirse en un cántico final demoledor que martillaron mis oídos durante toda la noche.
            Hoy le escribo esta carta y no es una carta de confesiones sino de declaraciones. De declarar mi amor por usted aunque no lo merezcas, aunque no lo merezca. De declarar que tomé la decisión de vengarme, aunque no sabía exactamente cómo hasta que lo tuve frente a frente esta mañana al salir del edificio y lo seguí hasta un callejón dos calles más abajo. De declarar que me vi a mi mismo como un títere bailando al son de su comparsa. Mujer cruel e infiel. Si tan solo me hubiera dado la oportunidad de disculparme aquel día, la historia hubiera cambiado y yo no hubiera tenido la necesidad de escribirle esta carta ni de tomar venganza.

            Mañana será otro día y el nuevo día traerá muchas dudas y también mucho dolor. Querrá saber lo que pasó. No concluyo esta carta que algún día le enviaré porque en mi no encontrará respuestas, sólo una lacónica tristeza que me acompañará allá por donde vaya y no quiero hacerla sentir más culpable de lo que ya es. La dejaré ansiosa, desolada y desesperada y antes de partir la espiaré otra vez desde mi ventana y la veré nuevamente con su pijama ajustado y su felpa oscura, buscando entre lágrimas amargas las crónicas de sucesos de los periódicos para encontrar algún indicio que le explique sin consolarla cómo y por qué sucedió.

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