miércoles, 25 de diciembre de 2013

3 días en Hamburgo

Llegamos a Hamburgo luego de esperar más de una hora para recoger nuestro equipaje. Tanto que se habla de que en Alemania se vive fabulosamente bien, pero en temas de atención al público no son tan fabulosos, no solo porque por primera vez en todos mis viajes he tardado tanto esperando por mi maleta, sino que a lo largo de los tres días que estuve allí la atención en algunos lugares dejó mucho que desear. Y luego critican a los españoles.  Lo cierto es que los planes que teníamos para ese día se desvanecieron con esa pérdida de tiempo. Al final, ni una explicación, mucho menos una disculpa por la demora. Todos los pasajeros procedentes de Málaga, esperando y desesperando por no saber lo que pasaba. Nuestro único consuelo fue ver a pasajeros procedentes de otros países y otros vuelos en el mismo dilema.
                Una vez que apareció nuestro equipaje por la cinta rodante (ley de Murphy en mi caso porque mi maleta fue una de las últimas en salir), tomamos un taxi y nos dirigimos al hotel. Eran casi las 10 de la noche y aún no habíamos cenado. Así que nos dirigimos en metro al centro (afortunadamente una entrada del metro estaba saliendo del hotel  y el centro quedaba  cuatro estaciones más adelante) para dar unas vueltas y buscar un sitio donde comer. Lo malo de estas ciudades tan frías es que después de ciertas horas (muy tempranas horas para los que estamos acostumbrados a vivir en países más tropicales y con mejores climas), la mayoría de los negocios están cerrados y los restaurantes abarrotados porque es lo único abierto. Ni siquiera el mercadillo navideño que está frente al Ayuntamiento estaba abierto, llegamos justo en el momento en que recogían y apagaban las luces. Nos pusimos a caminar para ver la decoración navideña, ubicarnos un poco en el lugar y buscar un sitio donde pudiéramos comer. Esa noche no disfruté mucho porque entre el cansancio del viaje (tres  horas y cuarto de vuelo en un asiento un tanto incómodo y eso que no volé por Ryan Air), la espera en el aeropuerto y el frío que se te calaba me hicieron pensar si había sido buena idea haber ido a Hamburgo.  Después de casi 40 minutos dando vueltas y al filo de la media noche encontramos un restaurante italiano donde nos metimos a comer pasta. Había un buen ambiente, jóvenes tomando cervezas, grupos de amigos charlando y un calorcito que te incitaba a quedarte allí relajado un buen rato. Nos sentamos al lado de una ventana desde donde veíamos la calle y para nuestra sorpresa comenzó a nevar, menos mal  que habíamos ido bien apertrechados por lo  que no nos preocupó ver los copos de nieve caer. Todo parecía estar mejorando y mis pensamientos anteriores se esfumaban poco a poco y surgía en mí el ánimo de que quizás, al día siguiente, lo disfrutaría más. Pero la noche me tenía reservada una última sorpresa. El menú estaba en alemán y “supuestamente” debajo de cada comida estaba en inglés. Entre que el inglés parecía papiamento y las letras eran tan chicas y la luz tenue del lugar no ayudaba,  mi cansada vista no leyó lo que contenía lo que pedimos, terminamos comiendo una pasta picante. ¡Menudo día!
                Al día siguiente, luego de combatir la acidez de la pasta y dormir con incómodas almohadas, empezamos nuestro recorrido por el casco histórico. Hamburgo es una ciudad portuaria bañada por el río Elba donde hay una constante actividad comercial y desde tiempos remotos ha sido la entrada de los países nórdicos al territorio peninsular europeo. Por lo tanto, es típico ver grandes naves de almacenamiento cuyo atractivo son sus fachadas rojas que le dan un toque de color al lugar. Se dice que es la Venecia del norte por los innumerables canales que tiene (lo mismo he escuchado de Ámsterdam así que no se cual de las dos ciudades fue la primera en ser llamada así, pero si yo tengo que escoger una, definitivamente pienso que la capital holandesa encaja mejor en ese término). Empezamos visitando las iglesias de St Petri y St Jacoby, dos iglesias gemelas ubicadas una al lado de la otra. La primera data del Siglo XI, fue construida en estilo gótico y se tardó poco más de 200 años en edificarse. Ha sido catedral tanto para la iglesia católica como para la protestante, específicamente la religión Luterana y su puerta de bronce con el león es la obra de arte más antigua que existe en Hamburgo. A lo largo de la historia esta iglesia ha sido reconstruida en diferentes ocasiones debido a que se ha incendiado, ha sido bombardeada, ha sido derribada parte de su estructura para construir bancos y grandes almacenes a su alrededor. Total que poco queda de la original. Su característica más resaltante es la torre construida en 1516 y la aguja que corona la torre construida en 1878. Este estilo es característico de todas las iglesias que vi en Hamburgo. La St Jacoby (que yo llamo la gemela de St Petri porque su arquitectura se parece mucho, la única diferencia que la de St Jacoby es más grande), fue construida en los Siglos XIV y XV y, al igual que la de St Petri, queda poco de la estructura original porque fue prácticamente destruida durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.  Esta es una iglesia evangélica dedicada a Santiago y no a Jacobo como muchos erróneamente piensan debido al nombre (supongo que Jacobi en alemán significará Santiago y no Jacobo) y lo más relevante son sus tres altares medievales y su órgano Schnitger que está considerado el más grande del norte de Alemania.
Luego de esa breve parada nos acercamos a la Casa de Chile, construida en 1923 por el arquitecto Fritz Höger. Un edificio de oficinas emblemático de la ciudad porque posee forma de barco varado (su punta elevada se asemeja a la proa de un buque), con un lado en S y una culminación escalonada que parece una enorme cornisa invertida. Este edificio es patrimonio de la humanidad. Después de tomar algunas fotos, nos fuimos en busca de la iglesia St Michelle, la más conocida de Hamburgo. También de origen protestante y símbolo de la ciudad. Su primera construcción data de 1647, pero según una placa la versión actual es la tercera reconstrucción que se hizo alrededor de 1786. Tiene un elevador donde se accede a lo alto de la torre (la segunda más alta de Hamburgo) para ofrecernos una fabulosa vista de toda la ciudad en sus cuatro puntos  cardinales. Lo único malo fue el frío y el viento que hacía en lo alto que no me permitió disfrutar mucho tomar las fotos porque lo que más deseaba era entrar al calorcito del interior de la iglesia. De todas las iglesias que visité, el interior de St Michelle fue el que más me gustó y lo que me llamó la atención fue el árbol de Navidad al lado del altar mayor (nunca antes había visto un árbol de Navidad dentro de una iglesia). La entrada está coronada con la estatua de bronce del Arcángel San Miguel en cuyo honor fue construida. Esta iglesia tiene dos atracciones turísticas, una que cada día desde las 10 de la mañana y las 9 de la noche suena un solo de trompeta que se escucha en los alrededores de la iglesia, la otra atracción es que desde 1961 después del mediodía y cada quince minutos suena una música proveniente del órgano principal (durante mi visita sonaron villancicos), envolviendo a la iglesia en un ambiente especial.
Como estábamos cerca de la zona portuaria, intentamos acceder al puerto en busca de los barcos que hacen el recorrido por el Elba y sus canales, pero nos llevamos una decepción porque en invierno no se hacen esas rutas fluviales. Así que si queríamos hacer un recorrido en barco debíamos pensar en el lago artificial Alster, cerca del Ayuntamiento, pero como estábamos algo retirados de ese lugar decidimos dejarlo para otro día. Continuamos nuestro recorrido y llegamos a la Iglesia St. Nikolai. Esta iglesia era de estilo neogótico y una de las  más grandes de Hamburgo, lamentablemente está en ruinas porque fue destruida en la Segunda Guerra Mundial y fue una de las pocas edificaciones que no reconstruyeron para dejarla como testimonio de lo que pasó con Hamburgo en la Segunda Guerra Mundial.  Durante un par de años en el S. XIX fue considerado el edificio más alto del mundo. Actualmente la única estructura que se mantiene en pie es la entrada principal, el resto es ruinas. Esta iglesia fue una de las primeras en construirse en Hamburgo allá por el S. XII y como la mayoría de los monumentos y edificios de la ciudad sufrió numerosas reconstrucciones debido a los incendios y expolios que vivió a lo largo de muchos siglos hasta terminar finalmente como la ruina que es hoy en día, aunque de un gran atractivo turístico porque de todas las iglesias que visité esta me pareció la más auténtica, la que me llevó realmente a ver la historia de Hamburgo como una historia interesante y por la que pagué un viaje. Las demás iglesias, aunque tenían cierto atractivo, no eran las originales sino múltiples reconstrucciones hechas en este siglo, por lo que combinaban estilos que no me cuadraban del todo, podías ver una pared de adobe y ladrillos de la mitad para abajo, pero de la mitad para arriba hasta el techo era cal y cemento haciendo que se perdiera el encanto. En el sótano de la iglesia St Nikolai se habilitó un espacio donde se exhiben fotos de la construcción original y la historia de la iglesia.
Después de este largo paseo, ya eran casi las dos de la tarde y nos regresamos al centro a comer, había que apurar porque en tiempo invernal empieza a oscurecer temprano. Pasamos por el Ayuntamiento de Hamburgo, uno de los sitios más emblemáticos de la ciudad, aunque honestamente no me gustó tanto, sólo el ambiente festivo navideño del mercadillo que tenía enfrente le dio vida a la visita. La fachada del Ayuntamiento es de estilo neorenacentista, pero en el interior se mezclan diferentes estilos. El vestíbulo es un espacio abierto donde se realizan conciertos y exposiciones. En esta ocasión con motivo de la Navidad había una exposición navideña. Se podía hacer un tour guiado al interior del Ayuntamiento, pero por razón de tiempo no lo hicimos. La mejor vista de la fachada es cuando hay bastante luz natural, porque de noche lo iluminan con luces muy tenues y no se puede apreciar muy bien su belleza. Está frente al lago Alster y las fotografías tomadas desde ese punto son muy apreciadas por los fotógrafos ya que captan la silueta de esa parte de la ciudad. Averiguamos los recorridos en el barco por el Alster y nos dimos cuenta que lo podíamos hacer a pie y ahorrarnos los 15 euros de su coste, ya que con el frío que hacía, seguramente no lo íbamos a disfrutar, mucho menos estar en el exterior tomando fotos (lo sé por experiencia cuando fui a Lake Tahoe en Nevada en época invernal apenas si podía estar en el interior del barco sin tiritar del frío). Así que lo siguiente que hicimos fue visitar los diferentes mercadillos navideños que había a lo largo de la ciudad y recorrer uno de los centros comerciales más grandes de Alemania, el Europa Passage. Los mercadillos parecen ser los lugares de entretenimiento de los hamburgueses. Estaban a tope, especialmente los kioscos dedicados a las bebidas. Es típico tomar vino tinto caliente con canela llamado Glühwein. El olor de esa bebida inundaba el ambiente. También es típico el Franzbrötchen, unas fritangas de harina espolvoreada con azúcar glasé o canela (en mi caso lo pedí con Nutella, pero  craso erros entre el aceite de la fritanga y el chocolate de la Nutella me dio dolor de estómago, así que si lo van a pedir no lo pidan con Nutella). Terminamos el día yendo al Barrio Rojo de Hamburgo, pero más que rojo resultó algo rosa porque apenas vimos unas pocas sex shop a lo largo de la avenida principal. No entendía su atractivo turístico (en Ámsterdam y Berlín esas zonas eran más representativas de su nombre), hasta que nos topamos con la famosa calle donde está prohibida la entrada de mujeres y menores de edad, aunque no llegamos a comprender como lo controlaban porque si bien es cierto que no es fácil de conseguir y está cerrada con murales de hierro, no hay vigilancia (a menos que hubieran cámaras ocultas y no las vimos) y cualquiera puede entrar si se lo propone. Esa calle está compuesta por aparadores a ambos lados donde las mujeres se exhiben con poca ropa, muy al estilo del barrio rojo holandés. La única diferencia que los aparadores alumbrados con luces rojas son mujeres y los alumbrados con luces azules son travestis, pero a la vista se veía la diferencia. Hicimos un recorrido rápido porque nos movió más la curiosidad de lo pintoresco del lugar que otra cosa.

Viaje a Lübeck
                Si comparo mi vista a Hamburgo con la visita que hice a Lübeck, me quedó con Lübeck por sentirlo un lugar más auténtico. Su casco histórico conserva los trazos medievales que lo han llevado a proclamarlo Patrimonio de la Humanidad, por su originalidad, su buena conservación y su ambiente. El viaje en tren tarda una hora y es bastante agradable ver los campos y praderas del interior bañado con una delgada capa de nieve. Al llegar lo primero que hicimos fue cruzar la Puerta de Holsten que da entrada al recinto medieval. Su forma característica la han convertido en el símbolo de la ciudad. La puerta consiste en dos torres semi-redondas, rematadas con sendos techos cónicos. Está construida en ladrillo y es del llamado estilo gótico báltico. Al entrar fuimos directamente al Café Niederegger para desayunar. Este café es muy conocido y altamente turístico. Allí son famosos los mazapanes y las tartas. Subimos a la segunda planta y nos sentamos cerca de una ventana. El lugar estaba decorado para la ocasión con guirnaldas y luces. Aquí nos llevamos la segunda decepción del servicio al cliente, a pesar de que cuando llegamos éramos pocos, tardaron más de 20 minutos en traernos el desayuno que pedimos y no se trataba de gran cosa sino de  embutidos, huevos pasados por agua y tostadas. Eso sí, la presentación fue elegante y diría que adecuada al precio que pagamos. Una vez satisfecho el apetito nos fuimos a recorrer el casco histórico. Empezamos por el mercadillo y el Ayuntamiento. Este edificio  alza sus elegantes muros de ladrillo oscuro barnizado y descansa sobre una galería porticada que data del año 1250. Frente al Ayuntamiento está el tradicional mercadillo navideño, aunque normalmente hay un mercadillo de frutas y verduras, pero debido a la temporada cambia el motivo. Detrás del Ayuntamiento está la Iglesia de Santa María. Es la iglesia principal de Lubeck, en su interior se pueden encontrar las campanas derrumbadas durante el bombardeo de 1942, además de un enorme "astrolabio" que para los amantes de las astrología es una pasada pues documenta todos los días del año hasta 2080 con sus lunas llenas y todo. Como nota curiosa en una de las entradas se encuentra la estatua en bronce de un diablo sentado y el cartel expuesto dice textualmente: “Cuando se puso la primera piedra de la iglesia, el diablo pensó que se iba a construir una taberna, así que empezó a ayudar a los trabajadores, cuando ya se había construido bastante se dio cuenta que aquello no tenía pinta de bar, si no de una iglesia, así que muy enfadado cogió una piedra para destruirla. Los trabajadores hablaron con él, y le dijeron que no se molestara, que se le construiría justo en frente de la iglesia, una taberna en el ayuntamiento”. Bueno no sé si había una taberna frente al Ayuntamiento, pero si varios puestos de mercado donde vendían bebidas alcohólicas y quesos procedentes de distintos países del área.
                En Lübeck nos dedicamos a recorrer las diferentes iglesias construidas en la ciudad, para ser un casco histórico pequeño hay como muchas edificaciones religiosas. Luego de la visita a Santa María, visitamos la Iglesia de St Jakobi, comúnmente conocida como la iglesia de los marineros. En su interior hay un bote salvavidas rescatado del velero Pamir que se hundió en 1957 y, al parecer, fue una gran tragedia para los lugareños. Ese bote se conserva como recuerdo de ese fatal día. Luego fuimos a la Iglesia de San Pedro, pero estaba en restauración por lo que pasamos de largo, solo tomamos fotos de su fachada. Después visitamos la catedral que curiosamente no es la principal iglesia, pero si el edificio más antiguo en pie de la ciudad. Su construcción data de  1173 y originalmente era de estilo románico, pero la reconvirtieron en estilo gótico 50 años después de su edificación al construirle naves colaterales elevadas a la misma altura que la nave principal. Lo más bonito del interior el crucifijo de 17 metros en el altar mayor y las tallas que decoran el coro.
                Después del agotador recorrido y con una incipiente lluvia mojando nuestro camino, decidimos ir a un restaurante a comer algo típico. Y aquí nos dieron el tercer mazazo al atendernos y quizás el peor de todos. Primero entramos y cuando pedimos la mesa los empleados pasaban de nosotros, luego se acercó una señor, supuestamente la dueña, y de malos modos nos dijo que pasáramos y nos sentáramos donde quisiéramos (bueno supongo que eso fue lo que dijo porque lo que dijo, lo dijo en alemán, pero sus gestos nos hizo pensar eso). Cuando estaba quitándome el abrigo, siento que me empujan como apartándome y era la señora para tirarnos literalmente el menú sobre la mesa. Como estaba en alemán, le pedimos uno en inglés y nos trae al rato otro pero también estaba en alemán. Cuando logro decirle que no está en inglés, me lo arrebata de las manos y lo vuelve a tirar a la mesa señalándome que en inglés está en las últimas páginas. Estuvimos a punto de levantarnos e irnos y no lo hicimos porque ya era tarde, teníamos hambre y a las 17 horas salía nuestro tren de regreso a Hamburgo. Al final, le dijimos a la camarera que nos atendió que hablaba más o menos el inglés que le dijera a la señora que era una  maleducada y una horrible persona (claro de seguro no le habrá dicho nada). Una vez que comí un bistec empanado con verduras (algo muy parecido a los Wiener Schitzel que tan rico comí cuando estuve en Viena. Finalizamos nuestra visita con un recorrido por la parte comercial de la ciudad y de regreso a Hamburgo.

                El día previo al regreso a España teníamos planes de ir a Bremen, pero el cansancio pudo más que las ganas. Bremen es una ciudad que está a hora y cuarto en tren y también es Patrimonio de la Humanidad. Decidimos mejor conocer más a fondo a Hamburgo, ir quizás a un museo o una de las tanta galerías, pero el día se nos fue recorriendo a pie el barrio St. George (barrio donde estaba nuestro hotel), visitar la Estación Central y verla con más detenimiento. Normalmente la mayoría de las Estaciones Centrales de trenes son estaciones terminales, pero esta no. Es una estación transitoria de trenes de larga distancias, trenes de cercanías y metro. Dicen que es la segunda más importante de Europa después de la estación París Nord.  Fuimos a la otra orilla del lago artificial Alster a ver las siluetas de la ciudad, nos dimos cuenta que Hamburgo es una ciudad fácil de recorrer a pie porque todo lo verdaderamente importante está cerca del Ayuntamiento. Estos días no dieron para más, fue un viaje improvisado y relámpago aprovechando el puente de la Constitución. Como quedó pendiente la visita a Bremen, quizás un fin de semana de estos largos viaje a Bremen y me acerque nuevamente a Hamburgo a conocer otras cosas. Aunque me gustó el viaje, me esperaba encontrar una ciudad más auténtica, pero por desgracia la guerra hizo que Hamburgo sea una ciudad totalmente reconstruida. 

domingo, 4 de agosto de 2013

Lisboa: ciudad dividida por el Tajo

Lisboa no es una ciudad que te enamora a primera vista, tienes que pasar varios días entre sus calles y barrios para descubrir su belleza. No es una ciudad monumental como París o Londres, no se parece a una ciudad de cuentos de hadas como Praga o Brujas, ni siquiera es una ciudad práctica como Nueva York o Barcelona. Es una ciudad decadente, sucia y ruidosa, con un centro histórico conformado por calles empinadas que te conducen a barrios que parecieran haberse detenido en los años 70. Y es justamente esa decadencia, ese vivir en el pasado de espaldas a la modernidad, conservando cierto candor e inocencia, lo que termina atrapándote a lo largo de los días. Mi primera experiencia en la capital portuguesa no fue positiva. Caminé cuesta abajo el barrio de Graça, pasando por el barrio de Alfama, hasta llegar a pocos metros del puerto y a mi paso lo único que vi fueron edificios abandonados, quemados y a punto de derrumbarse. Mi compañero de viaje me hizo la observación de que se sentía como el protagonista de la película El Pianista, caminando por una ciudad en ruinas producto de la guerra. Y es que Lisboa tuvo que reinventarse a sí misma porque si no fue la guerra (me enteré que el monumento Cristo Rei, un Cristo similar al Cristo Corcovado de Brasil, fue un monumento que los cardenales portugueses prometieron levantar si Portugal no entraba en conflicto durante la Segunda Guerra Mundial. Como así fue, en 1959 inauguraron esta enorme estatua de 110 metros de altura coronando la cima de la única colina que hay en la pequeña ciudad de Almada), fueron las fuerzas de la naturaleza que se ensañaron con esta metrópolis en 1755 con un potente terremoto, acompañado por un letal tsunami y un abrasador incendio que destruyó por completo la ciudad y ocasionó más de 100 mil muertes. Por eso, de la nada, los portugueses tuvieron que levantar esta ciudad que perdió en parte el esplendor de su época dorada (la mayoría de las edificaciones fueron reconstruidas siguiendo estilos diferentes al original) pero que, sin embargo, ganó un estilo propio difícilmente visto en ninguna otra ciudad europea.

Hay cuatro cosas que me llamaron poderosamente la atención: los viejos tranvías que recorren sin parar de un extremo a otro cada uno de los barrios que conforman el centro histórico, los elevadores que unen la parte baja a la parte alta, los azulejos que decoran muchas fachadas de casas y edificios y su olor. Hay ciudades que son recordadas por su olor, por ejemplo, el olor a chocolate me hace recordar a Bruselas, el olor a flores me hace recordar a Amsterdan, el olor a leña quemada me hace recordar a mi querida Málaga (por sus espetos) y Lisboa huele a pescado (específicamente a sardina). Y aunque uno puede pensar que es desagradable, pues no, terminas acostumbrándote y a identificar a la ciudad con ese olor y la evocas como algo característico que va intrínsecamente ligado. Estos detalles son los que a la larga te atrapan y te hacen disfrutar de la ciudad, amén de otros que también forman parte de la idiosincrasia portuguesa. Pero como dije antes el viaje no empezó con buen pie y sumado a que la primera impresión no fue buena, estuvo el hecho de habernos perdido durante un buen rato, dando vueltas en círculo y terminando siempre en el mismo punto. Y eso que teníamos un mapa general y apelamos también al GPS del móvil, pero nada, no entendíamos el por qué nuestros pasos nos conducían siempre al mismo sitio si seguíamos las indicaciones tanto del mapa como del GPS, al final terminamos tomando un taxi para ir al apartamento que habíamos alquilado. Menos mal que la brisa vespertina proveniente del río Tajo nos dio una sensación térmica inferior al tiempo veraniego, haciéndonos más agradable la caminata.

Al día siguiente, más descansados y con las ideas más claras, entendimos el por qué no dimos con el camino a casa la noche anterior y es que se hace difícil trazar en 2D la geografía del centro histórico. Lisboa está conformada por un conjunto de calles empinadas (muy al estilo de San Francisco, este hecho y el puente 25 de Abril por su parecido al Golden Gate fueron dos recordatorios constantes a la ciudad californiana) que se bifurcan en numerosos callejones, que a su vez se unen a otras calles y “callecitas”, convirtiéndola en un verdadero laberinto imposible de plasmar en papel, más aún si la ciudad se divide en dos partes (alta y baja) y muchas de las calles principales que comienzan en la parte baja se mezclan con callejones en la parte alta y que no se reflejan en los mapas. Una vez que entendimos eso, trazamos una ruta para regresar a casa sin perdernos de nuevo y fue llegar siempre a la parada del tranvía cercana a la Iglesia de la Magdalena y allí tomar el tranvía 28 dirección Martim Moniz y bajarnos en la Iglesia San Vicente de Fora, la parada más cercana al apartamento. Eso nos evitó tomar taxis cada dos por tres o caminar sin dirección ni rumbo buscando el camino a casa. Ese segundo día empezamos a disfrutar de la ciudad. Lo primero que hicimos fue ir a la parte moderna para quitarnos de la cabeza la mala impresión del día anterior. Tomamos el metro, un metro bastante moderno aunque sus trenes y estaciones reflejan un poco la decadencia que vimos pero con la diferencia de estar mejor cuidados y limpios y cumplir al pie de la letra los tiempos de espera reflejados en las pantallas. Caminamos por el Centro Comercial Vasco de Gama, muy al estilo de los malls americanos e hicimos un recorrido por el Parque de las Naciones, lugar donde se llevó a cabo la Exposición Mundial de 1998. Acontecimiento que cambió definitivamente la cara de Lisboa modernizando esa parte de la ciudad y adaptándola a los tiempo actuales. Su Acuario es uno de los más completos y espectaculares de Europa (aunque no llegué a entrar porque no me apeteció en ese momento) y los pabellones se reutilizaron para levantar escuelas y centro de enseñanzas profesionales (a diferencia de los pabellones de la Expo de Sevilla que terminaron abandonados y en desuso al día de hoy). Me monté en un telecabina para ir de un extremo a otro del Parque y desde arriba apreciar el puente Vasco de Gama (el puente más largo de Europa y de reciente construcción. Vino a dar un respiro al puente 25 de Abril, único hasta entonces que unía las dos orillas del Tajo para formar una única Lisboa), la inmensidad del río Tajo y su desembocadura en el Atlántico y tener una panorámica de la parte moderna, con sus edificios altos, sus casas y chaléts adosados, sin tener nada que envidiar a las urbanizaciones de otras capitales. Pero esa parte moderna me supo a poco, no era la ciudad que quería ver. Mi concepto de Europa es distinto a eso. Yo quería ver joyas de la antigüedad preservadas en el tiempo y desde donde se construyeron los cimientos de la historia actual. Eso es lo que significa para mi este hermoso continente.

Así que decidí volver a la parte antigua y empaparme de esa decadencia que encontré. Por la tarde de ese segundo día recorrimos las principales plazas como la Praça Da Figueira, la Praça de los Restauradores, la Praça de Comercio, la Praça del Marquéz de Pombal y la Praça Pedro IV, mejor conocida como la Plaza del Rossio, por la estación del metro del mismo nombre. Una de las características en común de todas estas plazas es que son espacios abiertos sin ningún tipo de decoración, salvo la estatua plantada en todo el centro del espacio y que le da nombre a la plaza. No hay jardines, no hay bancos para sentarse a disfrutar de la plaza. Sólo la plaza Pedro IV tiene añadida un par de fuentes ubicadas a cada extremo. La plaza que más me gustó fue la Praça de Comercio, por estar ubicada a la ribera del río Tajo, porque era el final de la Rúa Augusta (la principal calle comercial del centro) y porque viene precedida de un mini Arco del Triunfo que fue construido para celebrar la reconstrucción de la ciudad después de su destrucción tras el terremoto. Esta es la plaza más emblemática de Lisboa porque la construyeron sobre las ruinas de lo que fue el Palacio Real. En este recorrido descubrí otro detalle que diferencia a Lisboa del resto de las ciudades que he visitado: sus aceras. Las calzadas y calles están formadas por adoquines y mosaicos conocidos como “el empedrado portugués” y buscando información sobre esta particularidad encontré que, si ya sé que todo tiene el mismo origen, debido al terrible terremoto, decidieron reutilizar los muros y piedras de los escombros de las construcciones venidas abajo tras la catástrofe y convertirlos en adoquines para asfaltar las aceras y las calles. Todo para abaratar costes y aprovechar recursos. De esa tragedia surgió algo original y por la que Portugal comenzó a ser conocida en el mundo. También subí a la parte alta por el elevador de Santa Justa. Es curiosa esta forma de ir de un barrio a otro. Se construyó en 1900 y la idea original era unir los barrios de Baixa con Chiado y así facilitarles la vida a los ciudadanos que tenían que subir empinadas colinas para ir a sus casas o a sus lugares de trabajo. Este elevador es el más destacado por su estilo neogótico y porque utilizaron algunas de las técnicas y materiales aplicados a la famosa Torre Eiffel de París. El mismo ticket que usas para el metro y el tranvía te sirve para subir por aquí. En la ciudad existen varios elevadores que unen distintos puntos. Yo usé éste y el elevador de Gloria (el último día) que une el Barrio Alto al Barrio La Estrela. Al subir por Santa Justa llegas al antiguo Convento Do Carmo hoy en día en total ruinas, pero que en su interior se preservan algunos restos romanos que son la atracción turística del lugar. Decidimos sentarnos a tomar algo refrescante en la plaza que está enfrente del Convento y terminamos de pasar una velada agradable escuchando a los músicos callejeros y refrescándonos con la suave brisa de la tarde. Tan bien la pasamos, que repetimos experiencia el último día en la ciudad.

El tercer día decidimos ir a Belém, una ciudad dormitorio ubicada a 25 minutos en tren de Lisboa. Aquí está la famosa Torre de Belén, el Monasterio de los Jerónimos y el Monumento a los Descubridores Portugueses. Ese día, además de admirar los monumentos que vimos, descubrí otra razón para gustarme la ciudad: su gastronomía. Yo que no soy muy afecto a comer pescado, probé el bacalao más rico que me he comido en toda mi vida. Y es larga la lista de formas de preparar el bacalao que tienen los portugueses y no solo el bacalao sino las sardinas, las doradas, los mariscos. Creo que en este viaje he comido más pescado seguido de lo que había comido hasta entonces. También tuve la oportunidad de probar la Cataplana, el arroz con mariscos y el puerco alentejano, todos con ingredientes provenientes del mar. Otra delicia que probé fue el pastel de Belem, un dulce típico hecho a base de hojaldre y crema. La panadería de Belem, creadora del famoso dulce, tenía una cola larga a su entrada de los turistas deseosos de probarlos. Como hacía mucho calor y no estábamos de ánimos para esperar bajo el sol, decidimos comer el famoso dulce en otra pastelería unos metros más adelante y nos supo igual de sabroso. De los monumento, decir que la Torre de Belem tiene las influencias islámicas y orientales que caracterizan el estilo manuelino, estilo propio que distingue la mayoría de las edificaciones y reconstrucciones portuguesas. Fue un centro de recaudación de impuestos para entrar a la ciudad desde el mar, ya que se encuentra a la ribera del río Tajo. El Monasterio de los Jerónimos fue un monasterio de la orden de los Jerónimos de estilo totalmente manuelino que mandó a construir el rey de Portugal para celebrar el regreso del descubridor Vasco de Gama. Aunque no entramos porque la cola era monumental, disfrutamos de su exterior. Es hoy en día la edificación antigua mejor cuidada y preservada de Lisboa y la parte más espectacular es su portada meridional que conjuga diferentes estilos arquitectónicos, además del manuelino, como el gótico y el renacentista. Y por último, el monumento a los descubridores. Un monumento creado para celebrar los 500 años de la muerte de Enrique el Navegante, reconocido cartógrafo que sentó las bases para el posterior desarrollo del imperio colonial portugués. Este monumento tiene forma de carabela y en ambos lados están talladas las figuras del propio Enrique, junto con los héroes portugueses fuertemente ligados a los descubrimientos, así como famosos navegantes, cartógrafos y reyes. Fue interesante conocer (y si lo sabía no me acordaba) que Portugal jugó un papel importante en el descubrimiento de nuevas tierras, especialmente en el continente africano.

De regreso a Lisboa, aprovechando que en el tren te deja cerca de la estación portuaria, tomamos un transbordador para ir a Calinha, en la otra orilla del Tajo y subir la colina del barrio de Almada para visitar la réplica del Cristo Corcovado de Brasil. Esta estatua mide 110 metros de altura y el pie del pedestal es un mirador desde donde se puede observar toda la costa lisboeta, la inmensidad del río Tajo y el famoso puente réplica del Golden Gate.
El cuarto día fuimos a Sintra, una ciudad Patrimonio de la Humanidad ubicada a 35 minutos en tren. En este poblado está el palacio veraniego de los últimos reyes de Portugal, el Palacio Da Pena, esplendido lugar que tiene una historia relativamente nueva porque data de finales del S. XIX, También está el Castillo Dos Mouros, una fortaleza árabe parecida a las Alcazabas de Andalucía. Hoy en día se preservan las murallas que conformaron esta fortaleza mora y se hacen excavaciones arqueológicas para seguir desenterrando la ciudad que un día fue. El pueblo de Sintra es pintoresco y con mucho turismo (por lo que es muy caro, sobretodo para comer). Ese día lo tomamos en plan relajado y por relajarnos tanto nos perdimos la oportunidad de ir a la Quinta Regaleira, un palacio aristocrático de principios del S.XX, considerado patrimonio de la humanidad. La verdad que fue una lástima porque al ver los fotos por Internet me di cuenta que no fue buena la decisión de sentarnos en una cafetería a tomarnos una bebida refrescante y luego quedarnos allí dejando pasar el tiempo hasta tomar el siguiente tren rumbo a Lisboa. Lo único que me consuela es que Portugal está muy cerca de España y es un viaje que se puede realizar en cualquier momento cuando los bolsillos no dan para otro viaje más ambicioso. Así que esa visita la tendré anotada en la agenda para no perdérmela la próxima vez. Al regresar a Lisboa esa tarde, decidimos tomar el tranvía 28 y hacer el recorrido de principio a fin. Estuvimos hora y media paseando por tres de los barrios más emblemáticos de la ciudad: Baixa, Chiado y el Barrio Alto y la experiencia fue gratificante por lo pintoresca, especialmente cuando transitábamos por las estrechas calles de los barrios altos, tan estrechas que casi rozábamos las fachadas de las casas y los caminantes tenían que pegarse a las paredes para no ser atropellados.

El quinto día hicimos dos recorridos: la Lisboa de la Edad Media y el Barrio Alto y la Estrela. La primera parada fue el Castillo de San Jorge, una antigua Alcazaba convertida en castillo con la reconquista cristiana. Está situado en lo alto de una colina y para acceder a él se debe subir una empinada calle que te deja sin aliento al llegar a la cima. Este castillo, junto al Cristo Rei, por estar ubicados ambos en lo alto, son los dos monumentos que pueden visualizarse desde cualquier punto de la ciudad. La mayor fortaleza lusitana conserva en buen estado sus murallas y atalayas, desde donde se tiene una hermosa panorámica de la ciudad. También hay restos arqueológicos que indican que mucho antes de que los árabes dominaran esas tierras, se había asentado el Imperio Romano, por lo que hay restos arqueológicos de las varias etapas por las que pasó esta fortificación. Luego fuimos a la Catedral. Yo no soy católico, pero las edificaciones que más me gusta ver cuando voy a cualquier ciudad europea son las catedrales. Hasta ahora para mi la más impresionante ha sido Il Duomo, la catedral de Milán. Tenía muchas expectativas por ver la de Lisboa porque los países mediterráneos (Portugal no linda con el Mediterráneo, pero si tiene una fuerte tradición católica) se sienten orgullosos y preservan con celo sus catedrales. Sin embargo, me decepcionó la de Lisboa. No tiene nada, es un edificio reconstruido en forma plana que desprende un aire vetusto porque ni siquiera tienen cuidada su fachada. En el interior se preservan algunas columnas que sirven de soporte a una pared trasera hecha con el fin de cerrar el recinto, por lo que no tiene nada de espectacular. Más espectacular me pareció la Iglesia La Estrela de reciente construcción. Algo que me pareció curioso es que para tomar fotos en el interior de cualquiera de las iglesias había que tramitar un permiso, por supuesto yo no lo hice y las pocas fotos que tomé sin flash fue aprovechando el descuido del vigilante, mientras regañaba a otras personas que hacían caso omiso al cartel informativo. La verdad que es una lástima porque la historia de la Catedral La Sé (así se llama en realidad) en nada merece esta edificación. Ese día visitamos otras iglesias como La Magdalena (nuestra referencia para no volvernos a perder), Sao Antonio, Sao Vicente de Fora y La Estrela. La fachada más llamativa la de Sao Vicente de Fora, el interior más bonito la de La Estrela. También fuimos al mirador Porta Do Sol para contemplar el Tajo (por ser una ciudad asentada en una colina existen varios miradores) y al terminar el día volvimos a la plaza del Convento Do Carmo a sentarnos a terminar de disfrutar la tarde, tomándonos una bebida refrescante y escuchando a los músicos callejeros.



Los dos últimos día en Portugal los pasamos en el Algarve, la zona playera por excelencia. Ubicado en el extremo sur del país y muy cerquita de la frontera con España. Sus playas son distintas a las playas españolas y realmente espectaculares porque la mayoría de ellas se hayan al fondo de un acantilado, rodeado por inmensas rocas que le dan un aire paradisíaco. Es una aventura ir a una de esas playas porque depende de cual sea, te toca bajar unas empinadas escaleras para llegar, algunas son hechas por el hombre, perfectamente transitables como la de la Praia Da Marinha y otras son talladas en la piedra y de difícil acceso como la de la Praia Da Carcoveiro, la cual representó toda una odisea para nosotros bajarlas y ni les cuento subirlas, parecíamos alpinistas. El Algarve es una zona grande, por lo que nos concentramos en conocer Carcoveiro y Lagos, dos centros turísticos no tan transitados como las conocidas Albufeira o Portimao que resultan insoportables en temporada alta por la gran cantidad de turistas (a menos que uno esté buscando mucha movida), pero como no fue nuestro caso, disfrutamos mucho de la tranquilidad que nos aportaron ambos pueblos. En resumen, me gustó Portugal y repetiría la experiencia.