martes, 29 de diciembre de 2020

La lección de Brody

Este año Brody (mi mascota) comenzó a padecer de esclerosis en el cristalino, una enfermedad ocular que le está mermando poco a poco su capacidad para ver y oír. Su poca visión le jugó una mala pasada el otro día, cuando se golpeó con algún objeto (no sabemos con qué) produciéndole un derrame ocular. Toda la pupila del ojo izquierdo se puso de un rojo intenso que llegamos a temer que lo perdería definitivamente. Tampoco su oculista nos dio muchas esperanzas debido a la enfermedad crónica de sus ojos y a su edad (en marzo hará 13 años); sin embargo, lo sometimos al tratamiento que nos indicó y aunque al principio no veíamos progreso, con el transcurrir de los días, comprobamos que la sangre acumulada en su ojo iba desapareciendo, dándonos cierto alivio.

Esto hizo que forzara más el otro ojo “sano” para medio ver, trayendo como consecuencia que un día, sin que lo esperásemos, dejó de ver de un momento a otro. Sufrió una especie de episodio de ceguera temporal (o algo así porque aún no nos lo explicamos), el pobre no veía nada y caminaba tropezándose con paredes, puertas y cualquier obstáculo en su camino. Demás está decir que cuando lo saqué a pasear ese día, temblaba y casi no quería caminar. Tenía miedo y se sentía inseguro.

Nos dio dolor verlo así, pero mi Brody nos dio una lección de vida. Cuando lo subí a la casa, estuvo un rato descansando en su cama y luego se levantó y solito empezó a inspeccionar la casa, caminaba despacito para evitar darse un golpe fuerte si chocaba con algún obstáculo, estaba reconociendo cada rincón, identificando los lugares donde había una silla, una puerta o un saliente de la pared y aprendiendo a ir del cuarto a la cocina hasta el sitio donde tiene su plato de comida y su cuenco de agua. Hizo ese recorrido varias veces, una y otra vez, parecía un bucle interminable de ir y venir. También entró en el salón, oliéndolo todo, identificando la alfombra donde tantas veces se ha echado a descansar, paseaba por debajo del comedor, esquivando las patas de las sillas (aunque siempre se tropezaba con una, no dejó de meterse por allí hasta que logró pasar de un lado a otro sin tropezarse).

En sus paseos, al principio yo sólo quería que orinara y ya (debido a la medicación le dan ataques de sed y bebe agua como un cosaco, trayendo como consecuencia que se ha orinado varias veces en la casa porque no aguanta hasta la próxima salida a pasear), pero Brody cuando salía no lo hacía para marcar territorio como es su costumbre, sino para identificar el camino, olía para saber por dónde caminar (en Internet había leído que era preferible sacarlo a pasear por los mismos sitios, para que el perro ciego pudiera sentirse seguro al reconocer el lugar y así lo hice). Los primeros paseos Brody orinó poco y se hicieron lentos para mí porque caminaba al ritmo que él marcaba (no quería forzarlo porque apenas tiraba de la correa, él se frenaba y comenzaba a temblar, incluso varias veces tuve que cargarlo porque se negaba a caminar). Pero a medida que salíamos, su paso se fue volviendo más firme y seguro, comenzando a marcar territorio tal como siempre lo hace, a tal punto que él mismo me indicaba por donde quería caminar.

Luego de tres días en este plan, hoy he podido notar que Brody recuperó algo de la visión pérdida. A propósito lo llevé a pasear por otro sitio y aunque su visión sigue siendo deficiente y escasa, al menos creo que ve sombras que le permiten esquivar obstáculos sin que yo le esté advirtiendo (comencé a usar palabras como “para”, “sube”, “baja” y “quieto” para indicarle el tipo de obstáculo que había en su camino).


Todo esto me ha enseñado el poder que tiene la voluntad de querer lograr algo, poder que no sólo tenemos los humanos, sino también otros seres vivos (no quiero decir animales, porque si algo he aprendido con Brody es a tratarlo como a un ser vivo y no como a un animal, aunque esa sea su especie). Él, sin el conocimiento que podemos tener nosotros, pero usando su instinto natural, fue capaz de armarse de valor para superar, sin complejos ni dramas, su ceguera. Y aunque al principio tenía miedo a lo desconocido, su estado de ánimo nunca cambió, su rutina de recibirnos al llegar no la dejó de lado, las primeras veces tardaba en llegar hasta la puerta, pero después de muchos intentos ya iba derechito a nosotros a darnos la bienvenida. Aunque su mirada ha perdido el brillo de antes, no deja de mirarnos con el mismo interés con que siempre lo hace y, por supuesto, no deja de velarnos cada vez que nos sentamos a comer, a la espera de que compartamos con él algo de nuestra comida. La vida continúa a pesar de los problemas que podamos tener y hay que afrontarlos con el mismo ánimo para poder superarlos o, al menos, adaptarnos a las nuevas circunstancias.

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