Málaga también tiene sus historias de bandoleros, cuyas
fechorías se hicieron leyendas en los años en que el asalto y el pillaje
abundaban dentro de las clases menos favorecidas. Una de esas historias la
protagonizó un cordobés llamado José María, alias “El Tempranillo”, que huyendo
de su Jauja natal terminó escondido en Alameda (un poblado al norte de
Antequera) donde forjó su historia delictiva. Sobre sus inicios como bandolero se cuentan
dos historias diferentes, una por venganza y otra como resultado de una ofensa.
Lo cierto es que asesinó al pretendiente de una guapa zagala porque se opuso a
que bailaran juntos. Sabiendo el castigo que le vendría, huyó por la Sierra
Rondeña hasta parar en Alameda. Lo apodaron El Tempranillo por lo joven que era
cuando cometió su primer crimen. Se asoció con un pendenciero gitano llamado
Chuchito y ambos formaron una banda de forajidos que llegó a tener más de cincuenta miembros.
Se han
escrito múltiples coplas contando sus crímenes y se han pintado muchos cuadros enalteciendo sus
hazañas, pero harto ya de su vida delictiva aceptó un indulto del Rey Fernando
VII y fue nombrado Comandante del Escuadrón de Seguridad del cuerpo de los
Migueletes. Este escuadrón se había formado para combatir, precisamente, a los
que como él, se habían tirado a la sierra a delinquir. Un día, cuando se
dirigía a la Sierra a detener a El Barberillo, un compañero de antiguas fechorías,
éste le disparó acabando con su vida a los 28 años. La tumba de El Tempranillo, se encuentra en
el patio interior de la Iglesia de la Inmaculada Concepción en Alameda. Este
patio está rodeado de arcos y envuelto entre flores y su tumba coronada por una
cruz de piedra, con inscripciones y un tejaron andaluz cubriendo una copia en
azulejería de su partida de defunción. Sin duda uno de los enclaves de mayor
belleza, donde se unen el respeto del pueblo por este mítico bandolero, la
belleza y la más pura estética andaluza, llena de coloridos y detalles
arquitectónicos tradicionales.